jueves, 27 de diciembre de 2007

El cuento del gabardinoso, entrega 13

Luego hubieron de buscar un disfraz, y Juan el gomoso, escoltado por Lucas, que era el más joven del equipo, echando furtivas ojeadas a su alrededor penetró en la tienda de disfraces.
–Buenas... Queríamos un uniforme de colegiala.
La señora que había detrás del mostrador los contempló.
–¿Es para ustedes?
–No... Bueno, pero uno grande, necesitamos uno grande, el más grande que tenga.
La señora volvió con varios, y desde aquel momento los obsequió con mudas y tortuosas miradas.
–¿Este...? Bueno, yo creo que sí, que este servirá. ¿Cuánto le debemos?
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(continuará)

domingo, 23 de diciembre de 2007

El cuento del gabardinoso, entrega 12

En la barra del Tenis se lo jugaron a los chinos, y la fortuna acabó cebándose en Pepelú.
–Te ha tocado a ti.
El mencionado se parapetó tras el vaso.
–¿A mí...? ¡No me líes, Mariflor, que yo eso no lo hago!
–Has perdido tú.
–¿Y a mí qué me importa? La idea ha sido tuya, y si te quieres meter en ese lío...
Todos se miraron. Ninguno dijo nada, pero en sus caras se adivinó que aprobaban el punto de vista de aquel a quien había señalado la Providencia.
–Bueno, ¿quién ha quedado el anteúltimo?
Hubo nuevas sonrisas, aunque nadie se atrevió a abrir la boca.
–¿Quién..., yo...? Pero bueno, venga, macho, ¿tú estás mal? ¿Que me disfrace de colegiala para andar de noche por ese barrio...? Le ha tocado a éste, y si no quiere...
La discusión se prolongó durante un rato en el que no consiguieron ponerse de acuerdo, y al fin Juan, Juan el gomoso, respiró.
–¿Sabéis lo que os digo...? Pues que ya que estáis todos tan cagados..., lo haré yo. Alguien lo tiene que hacer, ¿no?, y como soy el capitán, y vosotros... En fin, ¡todo sea por la causa...! Pero vosotros me acompañáis, ¿eh? Dos de vosotros, en el coche...
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(continuará)

miércoles, 19 de diciembre de 2007

El cuento del gabardinoso, entrega 11


–Pero tú..., ¿le has visto?
–¡Anda, pues claro! ¡Y todas...!
–¿Y no se os ha ocurrido llamar a la policía?
–¿A nosotras...?
–Sí, hija, a vosotras. ¿Para eso lleváis tanto teléfono?
La niña le miró atravesadamente, aunque al fin recapacitó.
–Bueno, sí; es una opción.
Aquella noche, una noche más, aunque fuera sábado, tras apagar las luces y la televisión, la pareja se fue a la cama con toda la apatía que uno sea capaz de imaginar, leyeron un rato y luego se quedaron dormidos boca arriba..., porque el hecho era que a Juan el gomoso su mujer no le hacía mucho caso, o quizá era él quien no se lo hacía a ella. ¿Cómo era aquel asunto...? Bueno, cómo era aquel asunto no se sabe, pero estaba claro que la pareja no se entendía del todo, por decirlo así.
–¡La rutina, amigo Pascual, la rutina! ¡Siempre la rutina! Y la economía doméstica...

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(continuará)

sábado, 15 de diciembre de 2007

El cuento del gabardinoso, entrega 10

Aquella noche, aprovechando que su hija, sentada a su lado en el sofá, dedicaba sus ocios a contemplar abúlicamente la televisión en vez de aporrear la dichosa maquinita, Juan el gomoso dejó caer una pregunta.
–Pues no sé... Era como un señor alto...
–¿Alto?
–Sí, y moreno...
–¿Cómo de alto?
–Pues no sé... Como tú.
La niña no apartaba la mirada de la pantalla.
–Oye, ¿quieres hacerme caso? Te lo estoy preguntando en serio.
Irene tenía trece años y hablaba igual que su padre.
–Pero bueno, ¿qué es lo que quieres...? ¿Que te trace un retrato?
–Sí, hija, sí; eso es lo que quiero.
La niña le miró.
–Bueno, pues yo qué sé... ¡Es uno viejo con un abrigo...! Y cuando nosotras pasamos a su lado se abre el abrigo... ¡Y lleva eso de plástico! ¡Y calcetines!, y como gomas...
–¿Eso...? ¿Qué es eso?
–¡Pues eso...! ¿Eres tonto?
Hubo una pausa.
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(continuará)

martes, 11 de diciembre de 2007

El cuento del gabardinoso, entrega 9

... y es que, tras muchos preparativos y algunas disquisiciones sobre el particular, Juan el gomoso había llegado a la conclusión de que si no lo hacía él no lo iba a hacer nadie, porque estaba claro que los demás no se atrevían... Sí, ellos hablaban mucho, pero nadie daba un paso, y es que su situación social... Pero bueno, en definitiva a él tampoco le importaba... Quien le contemplaba, sin embargo, estaba empezando a enfadarse.
–¿Pero que estás haciendo...? ¿No ves que lo vas a romper...? ¡Suelta!
–Espera, espera un poco, mujer, que a lo mejor lo consigo.
–¡Jesús, José y María!
Juan el gomoso, tras muchos forcejeos, hubo de darse por vencido.
–¡Nada, es inútil, yo ahí no quepo!
–¿No te lo estaba diciendo yo? ¿No te lo estaba diciendo...?
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(continuará)

viernes, 7 de diciembre de 2007

El cuento del gabardinoso, entrega 8

Juan el gomoso hizo un primer intento de colocarse aquella prenda introduciéndola por la cabeza, pero no dio resultado. Su mujer le miró con sorpresa.
–Pero..., ¿se puede saber qué estás haciendo?
–Nada, tranquila... A ver, ayúdame tú.
–¿Que te ayude yo...? Pero ¿qué es esto...?, ¿te has vuelto loco?
El segundo intento tampoco dio mejor resultado, y cuando doña Irene, a gritos y a punto de perder la paciencia, inquirió de nuevo la razón última de tan sorprendentes manipulaciones, dijo lo siguiente.
–Pues..., en aras de la economía doméstica.
–¿De la economía doméstica...? Oye, ¿sabes que cada día dices cosas más raras?
Juan el gomoso miró a su mujer.
–¿Quieres que me compre uno nuevo...? En realidad sólo lo voy a usar una tarde.
–¿Qué lo vas a usar qué...?
–Bueno, dos tardes.
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(continuará)

lunes, 3 de diciembre de 2007

El cuento del gabardinoso, entrega 7

Juan el gomoso, en cuanto tenía oportunidad, decía economía doméstica, en la cúpula y ámbitos de inversión. También decía grandes superficies, medio ambiente y zona liberada.
–¿Zona liberada?
–Bueno, sí, ya sabe usted... Esta zona: la nuestra.
–¡Ah, ya!
Juan el gomoso, capitán –circunstancialmente lesionado– del equipo de hockey de veteranos del Real Club de Tenis, una tarde de sábado en la que parecía que los hados jugaban a su favor y estaban solos, planteó a su mujer una cuestión delicada.
–Oye, ¿dónde está el uniforme de la niña?
La mujer de Juan el gomoso, de nombre Irene, padecía ataques de paranoia aguda con aquel asunto del que los periódicos se ocupaban tan regularmente. ¡A las niñas les quieren meter mano los desconocidos por la calle...! Claro, de tanto ver la tele. Su padre, en cambio, miraba a su hija de reojo y, para sus adentros, comentaba,
–¿A esta, tan culibaja y cabezona como su madre, le va a querer meter mano alguien...? –y concluía–. Bueno, es posible; ya se sabe que hay gustos para todo. ¡Ley de vida...!

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(continuará)