jueves, 31 de enero de 2008

El cuento del gabardinoso, entrega anteúltima

Y entonces, de repente, ¡por milagro!, tras dar varias vueltas por calles desiertas y desconocidas, Juan el gomoso encontró lo que buscaba. El Destino le había llevado hasta la alta pared de piedra en donde la vez anterior se les escapara tan notable personaje. Juan el gomoso rodeó la manzana y encontró una puerta metálica rota y salida de sus bisagras por la que se podía entrar en el recinto. Atisbó por ella y pudo ver uno de esos solares vacíos que, cubiertos de crecida hierba y defendidos por macizas tapias, aún quedan en algunos lugares de las ciudades; mayormente, en las zonas liberadas. Y allá, al fondo...
–(¡Y con ligas, además!) –pensó inquieto Juan el gomoso desde su escondite, porque, ¿cuándo fue la última vez que hizo el amor en condiciones...? La verdad es que ni se acordaba.
–¡Eh, tú!
El extraño personaje, que se entretenía en fumar un cigarrillo, se volvió de golpe. Luego miró nerviosamente a su alrededor, pero no había ni que pensar en escapar porque la tapia, por dentro, era mucho más alta que por fuera.
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(concluirá)

lunes, 21 de enero de 2008

El cuento del gabardinoso, entrega 18

Después de aquello sólo tuvieron que esperar una semana más, noche sombría y lluviosa, propicia para historias de fantasmas y pálidos aparecidos..., y aquella última vez...
Salió del coche agazapado ante el silencio cómplice de quienes le acompañaban. Se irguió y comenzó a andar por la acera evitando pasar cerca de las farolas...
Eran las seis, sobre poco más o menos, de una gélida y anochecida tarde de invierno, y él caminaba, bajo las amarillentas farolas, apresurada y cansinamente, con la cabeza baja y aparentando ser lo que no era...
¿Quién era el que se disfrazaba? ¿El gabardinoso, con su miembro de plástico –porque es que encima, por lo que le había dicho Irene, la llevaba de plástico–, o el capitán del equipo de hockey, de colegiala...? Desde dentro de su ridícula máscara, Juan el gomoso lo pensó. ¿Cuál era mejor disfraz? ¿El de gabardinoso o el de colegiala...?
Eso que lo diga quien lo sepa, pero Juan, nuestro Juan el gomoso, disfrazado de aquella guisa y deambulando bajo las farolas –lo pensó él mismo–, más parecía una puta de las de antes que una niña...
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(continuará)

miércoles, 16 de enero de 2008

El cuento del gabardinoso, entrega 17

Juan el gomoso, tras tantos esfuerzos, se quedó sin habla.
–¿Tú eres gilipollas...? ¿Y a ti qué te importa que sea dirección prohibida?
La figura se perdía al fondo de la calle, y Juan el gomoso, que la había sentido a su alcance, salió del coche y corrió tras él. Por un momento creyó que le alcanzaba, y seguramente lo hubiera conseguido pues no en vano era el capitán del equipo de hockey, pero es que correr con aquellos zapatos... Al fin, tras unos momentos de desenfrenada persecución pudo observar que la sombra de abrigo negro llegaba hasta una alta tapia de piedra, la escalaba con toda celeridad y desaparecía arrojándose detrás.
Juan volvió al coche caminando lentamente, y cuando estuvo dentro lo primero que hizo fue quitarse los zapatos.
–¡Mierda...!
Nando le miró airadamente en el silencio que siguió.
–¿Y qué...? ¿Luego la multa la pagas tú...?
Juan el gomoso, que tras aquella carrera había perdido el resuello y las ganas de pelea, se sintió conciliador.
–Venga, vámonos a casa, que esta noche no le pillamos.
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(continuará)

jueves, 10 de enero de 2008

El cuento del gabardinoso, entrega 16

La siguiente vez que intentaron representar aquella suerte de melodrama tuvieron mejor suerte. No bien habían aparcado el coche, y cuando Juan se aprestaba a apearse, una extraña figura surgió ante ellos doblando la esquina más próxima, y al percatarse de su presencia dio media vuelta apresuradamente y desapareció.
–¿Habéis visto...? Ese es. ¡Venga, arranca, que le cogemos!
Nando arrancó el coche atropelladamente, y haciendo chirriar los neumáticos dobló la esquina. Al fondo, al otro lado de la desierta calle, una oscura forma corría alejándose.
–¡Písale, písale, que le pillamos...!
El coche consiguió ponerse a su altura porque la calle era larga, pero una vez lo hubieron conseguido, cuando ya casi podían vislumbrar su cara, el que huía torció abruptamente por una calleja llena de traicioneros árboles sobre la acera, más estrecha que la anterior, y se alejó hacia el fondo.
–¡Venga, dale!
–¿Por ahí...? ¿Estás loco? ¿No ves que es dirección prohibida?
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(continuará)

domingo, 6 de enero de 2008

El cuento del gabardinoso, entrega 15

Juan el gomoso, observado con sorpresa por las escasísimas personas con que se cruzó, anduvo veinte minutos por las desiertas calles y volvió al coche. Fue un corto paseo, sí, e infructuoso, pero tampoco esperaba tener éxito en sus gestiones la primera vez, y cuando volvió de su aburrida incursión se encontró a sus compañeros apoyados en el coche, hablando gesticulantes y fumando.
–¿Sabes lo que ha pasado?
–Qué.
Nando estaba sumamente excitado.
–Que ha venido la poli y han registrado el coche. ¡Nos han hecho salir y han mirado por todas partes!
–Oye, ¿no habréis dicho nada...?
–¿Tú estás loco? Además, ni nos han preguntado qué hacíamos aquí...
El amigo Fernando, Nando, que era médico, y un médico importante, un médico de prosapia, de abolengo, como si dijéramos, un médico muy establecido, en la vida se había visto en otra, y menos con la policía.
–Y también nos han pedido los carnets...
–Bueno, pero como vamos bien vestidos no nos han dicho nada.
Luego se subieron en el coche y arrancaron.
–Venga, vámonos de aquí cuanto antes.
–Oye, ¿nos tomamos unos whiskys?
–Sí, hombre... Yo vestido así... ¡Espera que me quite este...!
–Bueno, que más da... Manolo se reiría bastante. Qué, ¿vamos al Central?
... pero no fueron, claro, sino que volvieron a casa, cada uno a la suya.
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(continuará)

martes, 1 de enero de 2008

El cuento del gabardinoso, entrega 14

Juan el gomoso, ataviado con el uniforme de colegiala alquilado en Cornejo, algunos libros viejos de su hija bajo el brazo, una peluca morena y cortita y los pelos de las piernas ocultos bajo unas medias de perlé, descendió del coche del comando en la más oscura esquina que pudieron encontrar.
–¿Qué hora es?
–Las seis.
–Bueno, sólo faltaba que me encontrara a Irene...
–¿Pero no va en autobús?
–Sí, pero ya sabes que cuando el diablo no tiene que hacer...
–Bueno, venga, sal y a lo tuyo. Nosotros te esperamos aquí.
Juan el gomoso se apeó del coche y, no muy seguro de lo que fuera a suceder, observó con aprensión sus solitarios alrededores y comenzó a caminar por la acera. Según los planes diseñados, el que llevaba a cabo la labor deambulaba un poco por la zona, mientras los otros dos, el comando de apoyo, se quedaban en el coche esperándole en un chaflán sombrío... Los zapatos le quedaban pequeños, y el haberse puesto las medias sobre los calcetines no mejoraba la cuestión; además, como tenían algo de tacón, componía una figura anormalmente alta para el papel que pretendía desempeñar. ¡Los libros...! Esa era otra, porque pesaban lo suyo, y la peluca, que ya se le metía por los oídos..., pero, en fin, ¡todo por la causa!
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(continuará)