jueves, 7 de febrero de 2008

El cuento del gabardinoso, entrega final

Juan el gomoso, presto a echar a correr tras él, se acercó flemático hasta que estuvieron frente a frente.
–Quítate la gabardina.
El gabardinoso, que era bajito y tampoco demasiado mayor, tiró el cigarro y le miró sorprendido.
–¿Con este frío...?
Juan el gomoso, que estaba un poco intranquilo ante la posible aparición de alguien, alzó la voz.
–¡Quítate la gabardina!
El gabardinoso, arrimado a la tapia, obedeció, y a continuación, como si un imán los atrajera y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, se pusieron a la tarea.
Durante un buen rato ninguno pronunció palabra, pero luego, en la oscuridad, Juan el gomoso se sintió obligado a decir algo, y lo que dijo le salió del alma, un alma muy ronca.
–¿Te gusta, tío?
Al gabardino, de quien ignoramos el nombre, y estaba allí de casualidad con sus ligas, sus calcetines, sus zapatos, su sombrero y su miembro de plástico colgando, no le quedó más remedio que suspirar. Luego, confusamente, pensó,
–(Los caminos del Señor son inescrutables. ¡Justo lo que yo quería! ¡El delirio de toda mi vida...! Siempre había soñado con que una colegiala me sodomizara...).
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FIN
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Lo que pretendía al contar esta historia en capítulos era comprobar si era cierto eso que había oído, o sea, que si cada cinco días metes un post nuevo, aumentan mucho las visitas a tu blog.
Bueno, pues he comprobado que de eso, nada, no sucede nada, sino que siguen entrando los de siempre. De todas formas, me he divertido con esta historia, y espero que a vosotros os haya sucedido lo mismo.