miércoles, 23 de abril de 2008

Yo no soy una foca que está en una placa de hielo

Traigo hoy un texto de "Europa barroca", novela de la que hay otros fragmentos en este blog. En él se describen los pensamientos de un cachalote durante uno de sus anuales viajes a veranear en el océano Ártico. Este cachalote es amigo (telepáticamente hablando) de otro de los personajes de la novela, Eduguá, que nació con el milenio, es decir, el 1 de enero de 2001. Lo que se cuenta podría suceder durante el 2025, más o menos.
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Yo soy una foca que está en una placa de hielo. El hielo es delgado, pero como no peso mucho, no me hundo. El hielo se desgajó de un témpano más grande, se desgajó un trozo y yo aproveché para subirme en él. Hizo un ruido como de sierra, como de juguete roto, un crrraaaac prolongado, y luego se desgajaron otros. Yo, en realidad, no soy una foca subida en una placa de hielo, encaramada en un diminuto témpano flotante, pero es como si lo fuera.
Miro a mi alrededor y veo agua azul, agua salada, agua helada aunque aún líquida. La placa de hielo no es muy grande ni muy gruesa, y voy a contar lo que sucede con ella. Mis enemigos me acechan. El gran y perezoso oso blanco, el gigantesco y peludo oso blanco, las garras y los dientes y el instinto, la poderosa mandíbula del gran y peludo oso blanco, todos ellos me acechan, todos ellos me contemplan, me observan desde lejos, desde el firme hielo de la orilla. Allí están los osos blancos, el oso blanco que me ha señalado el Destino; esto está escrito desde el principio de los tiempos. Sí, allí está el oso blanco, mirando, oteando, husmeando. El oso blanco no está contento, está nervioso y pasea por la orilla...
Yo no soy una foca que está en una placa de hielo flotante, pero hago su papel. Yo soy un cachalote con una mancha blanca en la frente que se dirige al océano boreal, que va de viaje hacia el refrigerante océano Ártico mientras en la orilla el oso husmea el aire... Sí, allí está la foca subida en su placa de hielo. La placa de hielo no aguantaría mi peso, y por eso no me puedo subir encima. Si lo hiciera, la foca, que es lenta y pesada de movimientos, se zambulliría al instante por el agujero que ha excavado a su lado, ¡qué listas son las focas! La placa de hielo es ancha, y la foca, mi foca, está en medio tomando el sol. Las focas son perezosas y holgazanas, comen peces, se tiran al agua y nadan un poco, esperan, ya vendrá la comida, ya pasará por aquí, sólo hay que esperar, es todo lo que hay que hacer. De repente, ¡zas!, pasa un salmón. Los salmones son rápidos y escurridizos. Nuestro salmón, éste del que hablamos, buscaba la desembocadura del río de su nacimiento, pero ya nunca la encontrará. El salmón nadaba rápido. Él también estaba nervioso porque no encontraba la desembocadura del río de su nacimiento. Allí es; no, allí no es, es allí; no, tampoco; este banco de hielo no permite que me introduzca... El salmón da vueltas y más vueltas y en su camino se cruza un arenque, ¡ñam!, ya está; ahora la desembocadura. El salmón bordea la placa de hielo y de repente se encuentra al Destino encarnado en boca de agudos dientes. Ahora es él quien siente desgarrarse sus carnes, y yo oigo voces lejanas desde el lugar en que me encuentro. Yo, el cachalote de la mancha blanca en la frente, desde la más alta de las altamares oigo voces y entreveo luces azules...
¡Oscuridad sólo rota aquí y allá por destellos fosforescentes...! ¿Qué es aquello...? Nada, nada importante, nada que se pueda comer. ¿Quién es...? Silencio, silencio, nadie contesta..., y sin embargo sé que estás ahí, al otro lado de la pared azul. ¿Quién eres? ¡Hola...!, ¿y esa puerta de tijera? ¿Qué es esto? Estoy viendo una puerta metálica corredera y no sé lo que es. Estoy viendo una corredera puerta metálica, pero no sé adónde lleva. La tengo ante mí, y al otro lado hay una pared blanca que se desliza desde arriba hacia abajo. En el suelo hay objetos verdes y blancos, y también veo oscuras bolas de color marrón. ¿Bombones, dices...? Sí, bombones, bombones que las humanas uniformemente ataviadas me van dando. Ahora uno de esos, ahora otro de esos...; bien, bien. Además son amargos, amargos como las algas marrones... No, amargos como la tinta de los calamares, como los intestinos de los peces, como las desparramadas entrañas del salmón...
La foca está satisfecha. Se lame los bigotes manchados de sangre y bucea, aquí está la placa de hielo a la deriva. La foca se sube encima, se encarama dificultosamente a la placa de hielo a la deriva mientras desde la orilla el oso blanco, el rey, husmea y husmea. Luego se arrastra hasta el centro de su mínimo témpano y con las uñas horada un agujero suficiente. Le cuesta, pero lo hace porque es su salida de socorro, la puerta de su futuro. Si el oso se encaramara a su placa de hielo a la deriva, si el oso, el rey, llegara nadando desde la orilla y se encaramara a su placa de hielo, ella no tendría salvación. Ella es lenta en su reptar y el oso puede correr, puede hasta galopar, si así lo exigen las circunstancias. Si el oso se encaramara a su refugio ella no tendría salvación y sería devorada. El oso empezaría por el cuello, en un segundo habría llegado hasta su lado y comenzaría por su cuello..., pero con el agujero de la salvación esto no va a suceder. Si el oso se encaramara a mi témpano flotante yo sólo tendría que arrojarme por el agujero y volver al agua, dejar al rey atrás compuesto y sin comida, bucear y bucear hasta encontrar otra placa de hielo, ¡hay tantas!, en la que seguir con mis eternas siestas al sol de medianoche... ¡Arenques, salmones, focas, osos!, todos somos eslabones de una misma cadena, que no se le olvide a nadie. Los gusanos son los últimos, o los primeros, eso no está claro, pero tampoco es cierto del todo; también hay gusanos de gusanos, gusanos que se comen a los gusanos, sólo que son más pequeños y no se ven.
Yo no soy una foca subida en una placa de hielo. Yo soy un cachalote con una mancha blanca en la frente que navega hacia la estrella polar, hacia donde están mi amigos, los solteros que aún no hemos conseguido imponernos. Allí nos esperan los cefalópodos de las profundidades, los ingentes bancos de peces prestos a ser devorados, albacoras, bacalaos, abadejos, merlanes, merluzas, anchoas, sardinas primigenias... Sé que es una puerta, pero ¿quién me lo dice? ¿Sois vosotros, los Reyes del Cielo, quienes me habláis así? No, no lo creo. Vuestros signos, por lo que he oído, son inconfundibles, y esto resulta sumamente confuso. Esa masa de piedra negra..., y tú, hongo blanco, ¿quién eres...? Esa puerta de tijera, esos bombones amargos, ese armario que no puedes volver a armar, lo desarmaste y ahora no puedes volver a armarlo... Allí están las paredes, los montantes, los tornillos, todo está allí, caído en el suelo marrón, y tú te desesperas, lloras como un niño porque no te queda más remedio, pero ya no importa. Ahora vendrá tu padre y te despertará, tu padre, que suele venir en pijama...
Yo no soy una foca subida en una capa de hielo, pero la veo. Sus azules luces se transmiten instantáneamente a través del tejido universal y me lo cuentan. Aquí estoy, perezosamente tomando el sol y haciendo la digestión. A mi lado hay un agujero que he hecho en el hielo. Así, si viene el oso blanco, el emperador de estas latitudes, el más temido, yo me zambullo y el oso se queda con un palmo de narices, tiene que dar media vuelta y volver nadando a la orilla; otra vez será. Yo me subo a otro de esos objetos planos y fríos y hago un nuevo agujero. Con dificultad repto hasta el centro y allí hago un agujero que me permitirá zambullirme en el salvador líquido salado; mejor será que no llegue el caso, pero nunca se sabe. Luego me estiro y me duermo, me coloco panza arriba. Los rayos del sol de medianoche son muy buenos para la piel. Casi no los siento, porque mi capa de grasa me aísla del mundo exterior, pero mi piel... La placa de hielo se mece suavemente siguiendo el ritmo que le marcan las olas, arriba, abajo, arriba, abajo, y yo dormito con un ojo abierto. Estoy al lado del agujero, y si aconteciera algún peligro sólo tendría que zambullirme...
El oso nada y nada hacia la placa de hielo. Lo hace mansamente porque no tiene prisa y ya casi sabe cual es su misión. Lo único que asoma sobre la superficie del agua es la punta de su hocico y de vez en cuando una oreja, porque el oso también piensa, no va a ser sólo la foca. El oso nada lentamente y piensa, ya la huelo, ya estoy cerca, la sangre de salmón huele a mucha distancia, ya estoy llegando. El oso blanco sigue nadando y se topa con la placa de hielo, le tropieza en la nariz, ya ha llegado. No la empuja para no darse a conocer, no hace ruido para no descubrirse. El sigilo es su arma, y el silencio. El oso mete la nariz en el agua y mira por debajo de la placa de hielo a la deriva. La placa es blanca, y un poco más allá, al lado del burbujeante agujero, hay una sombra negra, la sombra de una foca que duerme ajena al peligro. Entonces, al oso blanco le llega una idea...
El oso, el terror blanco, no se encarama al borde de la placa de hielo sino que emerge por el agujero rompiéndolo todo y gruñendo de satisfacción. El oso blanco surge del hielo como una montaña y la foca se queda aterrorizada. Instintivamente retrocede, pero ya es tarde: el oso surge como un alud rugiente. El oso blanco lo ha roto todo y ya está encima de ella, ya la ha alcanzado. El oso blanco ha sacado todo su cuerpo del agua y me ha alcanzado... No, yo no soy una foca del Ártico, yo soy un cachalote con una mancha en la frente y desde el fondo del mar observo las luces azules, permito que sus rayos me atraviesen. El oso blanco ya está a dos metros ya está a un metro sus ojos ya están a medio metro sus dientes ya están a menos de medio metro su mandíbula ya casi me toca su lengua husmea golosamente sus caninos me rozan me hieren se hincan se clavan me penetran perforan mi cuello la sangre roja el sentido se va todo se va..., los aullidos azules traspasan los tejidos universales y se expanden en todas direcciones cruzando las células de mi corteza cerebral...
¡Ayyy...!, sólo eso, ¡ayyy...! A lo mejor no es ¡ayyy!, a lo mejor es ¡urghhh!, es ¡aggghhh! Ello es como un fogonazo, como la luz de los meteoros, una estrella fugaz que cayera, una lágrima del cielo, allí, se acabó, allí, a la derecha, allí fue, un instante, no duró más, un relampagueo en medio de la ancha y estrellada noche, una traza, ¡ayyy...!, eso fue todo, un fogonazo azul y luego el silencio y la compasión. ¿Quién inventó la compasión? Esas son ideas modernas. ¿Tienen porvenir o todo es una momentánea ilusión de los sentidos? Compasión, piedad, misericordia..., palabras huecas que llenan las bocas, pues no hay más amor que el propio...
El oso, seguramente, nada de vuelta a la costa, y yo sigo en mi viaje hacia las latitudes septentrionales. El oso no me cuenta nada. El oso no emite emanaciones de luces azules. El oso no tiene tales habilidades porque la naturaleza no le dotó de esas artes. El oso es blanco y nada de vuelta a la costa, satisfecho, saciado, ahíto, colmado. El oso no sabe que existo, pero ha comido.

viernes, 4 de abril de 2008

Lo que sucedió cuando nos pusieron una institutriz mulata que era guapísima

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En este blog no he puesto ningún trozo de "LAS ESTACIONES", novela en cuatro actos (las estaciones) en la que Pipo, chaval de trece años, cuenta lo que durante un año sucedió en su casa cuando a su hermana y a él, que suspendían demasiadas asignaturas, les pusieron una institutriz mulata que era guapísima. Para remediar tal carencia traigo el presente texto, que está sobre la página treinta del libro.

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PIPO

El año anterior había sido un año raro, sobre todo por Charlotte, que fue la primera institutriz que tuvimos, y porque a Azucena le suspendieron cinco –a mí sólo dos– después de largos años de ser aprobados en todo, incluso con buenas notas, y aunque en casa decían que era la edad, cosas de la edad y alguna vez tenía que ser –lo decía el tío Mary y a veces también el tío Arsenio, cuando iba por allí–, mi padre decidió que tenían que ponernos un profesor particular porque Charlotte sólo nos daba clase de francés. Al principio dijeron "un profesor particular", y me parece que buscaron alguno e incluso preguntaron al tío Arsenio, que conocía a muchos jesuitas, pero luego mi madre decidió que era mejor "profesora particular". ¿Un profesor...?, y le miraba, ¿quieres poner a Azucena un profesor?, ¿un chico joven...?, y mi padre, que estaba en un sillón, no dejaba de leer el periódico porque yo creo que aquel asunto no le interesaba nada, de forma que contestó, bueno, o mayor, como tú quieras, y es que seguramente pensaba que era ella, mi madre, la que se iba a ocupar de todo, como siempre.
La pandilla de mi padre, es decir, la pandilla del tío Mary, el hermano de mi madre, que databa de los tiempos en que todos ellos iban al colegio, se componía de cuatro personajes. Habían sido más, porque a veces hablaban de uno al que llamaban "el chino" y del que decían que hacía mucho que no sabían una palabra, y también de otros, pero en aquellos entonces quedaban cuatro que solían ir juntos a todas partes, sobre todo a cazar, y casi todos los jueves por la noche a recorrer y cerrar bares. Estos cuatro, por orden de edad, eran: mi padre; mí tío Mary, que ya sabemos quién es, el hermano juerguista de mi madre; Juanito, el tronco del tío Mary, con el que siempre estaba hablando de las novias que habían tenido a medias, y Victoriano, que era el cuarto en discordia y no se parecía en nada a ellos pues llevaba barba, era serio y cantaba y tocaba la guitarra y el piano muy bien. Victoriano era el más antiguo amigo de Juanito, y eran tan amigos que cuando Juanito se casó, de joven, se fueron los tres de viaje de novios, los recién casados y el amigo del alma, y estuvieron varias semanas en las islas Caimán; claro, que yo eso sólo lo sé de oídas, porque cuando sucedió era muy pequeño o aún no había nacido.
Mi madre también había sido de aquel grupo en su juventud porque era hermana del tío Mary y habían ido al mismo colegio, pero luego se aburrió de verlos –porque como estaba casada con mi padre le veía todos los días– y casi nunca salía con ellos sino con sus amigas, a las que nosotros llamábamos tías. Estaba la tía Teresa, que en cuanto me divisaba, sin perder de vista el juego y con las cartas en la mano, porque se pasaban la vida jugando, decía, ¡este niño...!, ¡pero qué ojos tiene este niño...!, que a mí no me gustaba nada porque me miraban todas y cada vez que se lo oía salía corriendo, y también estaba la tía Esther, mi madrina, que era prima de mi madre y se parecía muchísimo a una actriz americana muy famosa, y como era tan guapa, yo, cuando era muy pequeño, a los siete años o por ahí, me subía encima de ella en cuanto llegaba a casa y se sentaba en alguna silla. Mi madre decía, ¿quieres dejar tranquila a tu tía?, ¡baja de ahí!, pero mi tía Esther se reía y decía, no, no, déjale que haga lo que quiera, ¿verdad, Pipo?, y me apretaba bien, y entonces mi madre decía, ¿por qué le llamáis todos así?, se va a quedar con ese nombre y ya tiene uno, porque yo en realidad me llamo como mi padre, que se llama Carlos, aunque todo el mundo le llame Charli, y a mí Pipo y Charlidós.
La pandilla de mi padre era muy compacta, todos eran muy amigos, pero se empezó a revolucionar cuando nos pusieron una institutriz mulata que era guapísima. Antes teníamos a Charlotte, que era una chica que ayudaba a mi madre a vestirse y a peinarse y a nosotros nos llevaba al colegio y al cine y sitios de esos. Era karateca y a mí me enseñó bastantes cosas. Por ejemplo, que nunca le des un puñetazo a nadie porque te puedes romper la mano, que es mucho mejor dar un tortazo en mitad de la nariz con la mano abierta; yo nunca he dado un puñetazo a nadie, pero no porque me lo dijera Charlotte sino porque no me ha hecho falta, y menos con Pancracio al lado, y tampoco le he dado a nadie una torta, y mucho menos en mitad de la nariz. Bueno, pero Charlotte era mayor y hablaba poco en español, casi siempre hablaba en francés, ¿n´est-ce pas, mes enfants?, y entonces había que decir, oui.
La mulata que era guapísima hablaba a veces en inglés, sobre todo con las visitas, pero casi todo el tiempo en español.
–¡Qué rara es!, ¿verdad, mamá?
–Niño, no digas eso. ¡Si parece una cariátide...!
–¿Una qué?
–Una cariátide.
–¡Pero es que es como negra...!
–No, hijo, es que es mulata.
–¿Y eso qué es?
–Pues mestiza.
Bueno, la mulata que era guapísima y hablaba en un español pulido, aunque con las visitas hablara en inglés porque mi madre no lo dominaba del todo y había cosas que no entendía, se parecía mucho a una que salía en Némesis del Espacio Profundo, que era un juego de ordenador al que yo jugaba con Pancracio y otros. Había muchas chicas y yo casi siempre elegía a una rubia que tenía muchas tetas, bueno, tenía demasiadas tetas, pero eso era porque el juego era americano y a los americanos les gustan las chicas con las tetas muy grandes, o eso decía el tío Mary, aunque en realidad se las podías cambiar, dabas a un botón y se desinflaban hasta que quedaban a tu gusto, y lo demás también se lo podías cambiar, claro, y ponerle la nariz más larga, tan larga como Pinocho, o tripa, o las piernas gordas o muy flacas, y a veces, en vez de jugar, lo que hacíamos era inventarnos chicas a nuestro gusto, y a Pancracio le salían unas horribles, todas gordas y como torcidas; desvestirlas no podías, para eso había que ganar y entonces sí te dejaba que les quitaras la ropa, pero ganar era difícil y sólo lo conseguimos una o dos veces. Bueno, pues yo al principio siempre elegía a una rubia que tenía las tetas muy grandes, pero luego descubrí que había una que era como mulata, y cuando me puse a cambiarle cosas, un día, me salió una que se parecía un poco a Patricia, y luego seguí y seguí, y cuando ya se parecía más, porque era difícil, se me borró y no pude volver a hacerlo. De todas formas dio igual porque nunca conseguía ganar a aquel juego, y lo que yo quería, que era quitarle la ropa, no lo iba a lograr nunca, pero en realidad no importaba porque a Patricia casi no hacía falta quitarle la ropa, y es que ella era de las que no caben dentro, de las que parece que es la ropa la que las lleva a ellas y no ellas a la ropa, y más en verano. Patricia, como decía mi madre, era como una cariátide congelada en el tiempo, sí, aunque yo creo que eso era quedarse un poco corto y ella era más bien como el Partenón entero. Patricia era como una cantante de ópera antiquísima, hacía gorgoritos, desde luego, aunque los entendíamos pocos, y también como uno de esos coros oceánicos, o universales, o como alguna chica de las que salen en las revistas o el mar, que se mueve tan despacio si lo ves desde muy lejos, o incluso como un portaaviones en el océano, que navegan muy armoniosamente, por lo menos en los documentales de la televisión. Patricia era parecida a la mulata del juego del ordenador que llevaba un vestido brillante, aunque en realidad era mucho más guapa, y era tan guapa que desde que llegó, sobre todo los primeros días, casi no se hablaba de otra cosa, y durante una temporada estuve oyendo historias misteriosas acerca de cariátides y atlantes que atravesaban los espacios infinitos para recalar en nuestra casa, que era lo que decía el tío Mary, el más inspirado de cuantos iban por allí. En mi casa casi siempre se hablaba en clave y a veces decían cosas que significaban otras diferentes, como los huevos con tomate, por ejemplo, de los que nunca supe si se estaban refiriendo a los huevos en sí o a algún asunto misterioso del que yo no tenía ni idea, y es que mi madre, cuando lo decía, ponía una cara en la que ya se veía que no hablaba de una cosa cualquiera, o también lo que decía mi hermana de los que montaban en yate...
–¿Y qué decía tu hermana de los que montaban en yate?
–Pues eso, que todas las noches cenaban huevos con tomate –y como yo lo conocía desde pequeño, también me divertía intentando liar a los demás, sobre todo en el colegio, en donde nadie entendía nada.
–No, ahora tengo un juego mejor. Ese de Némesis está un poco pasado y ahora juego al de "Atlantes y Cariátides que se persiguen por el pasillo", pero yo creo que van a ganar las cariátides, sobre todo las que van montadas en portaaviones; se ve venir.
–¿Y eso qué es?
–Pues es como lo de la merluza con mayonesa, ¿no sabes lo que es la merluza con mayonesa?, que cuando la cocinera no sabe qué hacer pone merluza con mayonesa, eso dice mi padre..., o croquetas, bueno, que no tiene más que freírlas, o huevos con tomate, que dice mi madre, ¡mira que están buenos los huevos con tomate!, ¿a ti no te gustan...?, a mí me gustan muchísimo y casi todas las noches los ceno, como los que van en el yate, que dice mi hermana.
–¿Tu hermana es esa del pelo rizado de la otra clase?
–Sí. Está un poco loca, pero bueno. En realidad no es mi hermana, sino la amiga de siempre de Rosana.
–¿Rosana es la de los ojos azules?
–Sí, y además la amiga del alma de mi hermana.
... y como Pancracio me contemplaba dubitativo y no decía nada, yo le animaba.
–Sí, no, tienes que venir a verlo a casa, ya verás que número.
–¿Pero tienes las instrucciones?
–No, bueno, yo que sé..., pero tú seguro que puedes averiguar dónde están, a ti te gustará, aunque a lo mejor le gusta más a Jaimito, porque sale una cosa parecida al Partenón y el Partenón siempre está desnudo, ¿no...?

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