miércoles, 24 de septiembre de 2008

Trozo de LAS ESTACIONES

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En Las Estaciones , novela ambientada en la época actual y en la que se narran los sucesos que durante un año se dieron en casa de una gente que, al parecer, tiene bastante dinero, hablan varios personajes, como la institutriz, el encargado de la seguridad y el niño, que es en realidad el protagonista de la historia y el que tiene en su haber la mayor parte de los comentarios; como este que sigue, lo van a ver (o mejor, a leer) ustedes.







A Patricia, a la mulata Patricia, le olía el culo a jaramugo, que era un rosal que había en la parte de atrás, al lado de la puerta de la cocina, y tenía flores todo el año, se lo oí decir al tío Mary una vez que se lo dijo a mamá y no me veían, no sabían que estaba allí, y entonces ella le dijo, ¡qué cosas dices!, ¿y así quieres tú ligar?, pues como te oiga, ya sabes lo que te va a contestar..., y el tío Mary se fue riendo por el pasillo y canturreando por lo bajo, que no sé qué cantaba, pero debía de ser algo muy divertido porque iba dando saltos y golpes en las paredes.
A la mulata Patricia, o sea, a mi mulata Patricia, ¿le olía el culo a jaramugo, como decía el tío Mary? Pues cualquiera sabe, pero seguro que le olía muy bien porque Patricia siempre olía muy bien. A mí, al principio, algunas veces, cuando volvía del colegio me decía, Pipo, ven aquí, y cuando estaba a su lado me cogía por el hombro y me decía, niño, tú, ¿qué champú usas?, y yo contestaba, pues el del baño, ya, ¿pero cuánto hace que no lo usas?, y yo la primera vez dije la verdad, pues no sé..., ¡tres días...!, y ella se me quedó mirando, ¿tres días...?, ¡Pipo, eres un poco cochino!, ¿no?, haz el favor de ir al baño y ducharte de arriba abajo, y yo obedecí, fui e hice como que me duchaba. Bueno, sí, me duché un poco, pero poco, ni me lavé la cabeza ni nada, sólo me la mojé, y cuando volví me dijo, ¿ves tú?, ¿no estás mejor ahora...?, oye, si no te duchas, ¿a ti no te pica la piel?, y yo la miré extrañado, ¿a mí?, no, a mí no me pica nada, ¿a ti te pica?, y Patricia puso cara de paciencia y ya no quiso seguir hablando de aquello, no, a mí tampoco, venga, vamos a ver que te han enseñado hoy, y luego, a los pocos días, volvió a pasar lo mismo. Estaba en la mesa con todos los libros y ella entró y dijo, ¡Pipo!, ¿tampoco te has duchado?, y yo la miré, es que..., ¿es que qué?, pues que se me ha olvidado..., bueno, pues venga, levanta y a la ducha, y yo fui y volví a repetir la operación, me mojé el pelo y los brazos, me puse el pijama y fui al cuarto de Azucena en donde estaban las dos hablando de cuestiones intrincadas, yo creía que era algo del colegio pero qué va, estaban hablando de los chicos de la clase de Azucena, porque ella decía, sí, pelirrojos hay alguno, pero son los que menos me gustan..., y al verme se calló. Entonces dije, ¡ya!, y Patricia me miró y dijo, muy bien, venga, vamos a ver qué tienes que hacer, y nos fuimos a mi cuarto y ella no dijo nada, y de esta forma la estuve engañando unos días, pero resulta que uno, un día, me lo volvió a decir, Pipo, ¿no te he dicho que hay que ducharse al volver del cole?, y yo fui, me mojé el pelo y los brazos y por el cuello y volví, aunque tardé un poco, claro, para que no se diera cuenta, pero volví y me dijo, ven, y fue y me olió como por el cuello y entonces dijo, mira, Pipo, los niños oléis muy bien, no te digo que no, pero tú no te has duchado, ¡ay, que sí...!, que no, Pipo, y ahora mismo te vas a duchar de verdad, y delante de mí para que no me engañes, y yo me quedé sin habla. ¿Delante de ti...? Ni hablar. ¿Cómo que ni hablar? Venga, andando delante de mí hacia el baño, y llegamos, yo bastante asustado, porque cualquiera se imagina lo que puede suceder en un caso así, y ella dio al grifo del agua caliente, lo puso todo bien y dijo, venga, adentro, y yo me eché hacia atrás. Pero ¿vestido...? No, de vestido nada; desnudo. Pues entonces tú vete. ¿Yo...? Sí, para que me engañes como todos estos días..., venga, quítate la ropa, cosa que ya me resultaba bastante comprometida, ¡sí, venga, delante tuyo...!, delante tuyo, no; delante de ti..., ¿verdad?, pero no te preocupes que no te voy a mirar nada, me tapo los ojos y arreglado, y se los tapó, y se los tapó de verdad, o por lo menos eso parecía porque además se volvió de espaldas, oye, pero tú no mires, ¿eh?, ¡Pipo...!, bueno, espera, que ya voy, y me quité la ropa a toda velocidad y me metí detrás de la mampara, ¿ya?, sí..., ¡yaaa...!, y allí estuvo todo el rato y yo dando novedades, ahora me lavo el pelo, ¡aaahhh...!, vale, y ahora por debajo de los brazos, bueno, y los pies..., muy bien, niño, muy bien, pero acaba, que para ducharse no hay que tardar una eternidad. Luego cerré el grifo y me dijo, toma esta toalla, y yo me la puse y salí, y ella, que estaba sentada en la banqueta, me dijo, ven aquí, y cuando estuve a su lado me cogió por un brazo, me olió otra vez y se rió. ¿Ves tú?, esto es lo que yo quería; hala, vístete y ponte ropa limpia, y se fue.
A Patricia, según decía mi tío Mary, el culo le olía a jaramugo, y yo creo que era verdad, o por lo menos las manos le olían a zarzarrosa, y como el tío Mary decía que a Patricia le olía el culo a jaramugo, que no sé por qué lo diría, a lo mejor es que se lo imaginaba, un día, sin que me viera nadie, por la mañana, que era cuando no había nadie por allí, fui hasta el tendal que había detrás, en el jardín, pegado a la tapia para que no lo vieran las visitas, aunque las visitas nunca iban por allí, y estuve buscando alguna de sus bragas, pero yo creo que no encontré ninguna porque todas las que había aquel día eran como grandes, como de señora mayor, y yo me imaginaba que ella las llevaría como Azucena, que llevaba de esas que son como tiras por detrás, pero allí no había nada de eso, sólo había de las grandes y pensé, bueno, ya lo miraré otro día, porque oler aquellas no me apetecía mucho, y resulta que cuando estaba allí mirándolas, que había una fila de ellas, oí algo detrás, me di la vuelta y me encontré a Sean.
–Hola, Sean.
–¿Qué tal? ¿Vas a montar en bici?
–¿En bici...?
–Ah, no sé... ¡Como ya nunca vienes por aquí!
–No, es que estaba buscando una cosa...
–¿Qué cosa? A lo mejor yo sé dónde está.
Yo lo pensé.
–¡Qué va...! Lo que estaba buscando no lo encuentro... –y me hice el despistado y me puse a mirar a los árboles.
–Oye, ¿y por aquí no hay cigüeñas?
–¿Cigüeñas...? Sí, claro que hay, pero en este jardín no. Para eso hay que ir a un pueblo. Además, ahora estamos en invierno.
–¿A un pueblo?
–Claro. Están en las torres de las iglesias, pero sólo en verano, y a veces en primavera.
–¡Ah, es verdad...! ¡Si ya las he visto...! –y me fui, porque a lo mejor Sean se imaginaba algo–. Bueno, que me tengo que volver a casa.
–Vale.
... y entonces, como no encontré lo que buscaba, se me ocurrió que lo que tenía que hacer era ir a su cuarto cuando ella no estuviera y mirar en los cajones, porque seguro que allí habría. Lo que sucedía era que entrar en su cuarto cuando ella no estuviera era difícil, porque si no estaba con nosotros solía estar en su cuarto, aunque a veces estaba con mi madre, pero solía estar poco..., o no, mejor a la hora de la comida, porque como ella comía con nosotros, que siempre estaba de palique con papá, sólo tenía que levantarme y decir, "perdón", hacer como que iba al baño, ir hasta su cuarto y mirar en los cajones, pero tenía que hacerlo a toda velocidad porque si me cogía seguro que se iba a enfadar..., bueno, no sé, y un día lo hice. Me levanté, dije, "perdón", que me salió fatal y todos me miraron, pasé por delante del baño y entré en su cuarto, que olía a las flores que solía poner mamá, abrí el armario y había cajones como los míos, así que abrí uno y luego otro y allí estaba su ropa, toda en fila, que las había de todos los colores, azules, rojas, blancas..., bueno, y cogí unas, y cuidando de que no se desdoblaran me las llevé a las narices, pero aquello no olía a nada, a lo único que olía era a jabón, estaba todo limpísimo y ordenado, y entonces, al lado, vi una cosa como de gasa, la cogí y resultó que era un sujetador fantástico, rosa con pintitas blancas, y cuando me quise dar cuenta resultó que lo había desdoblado entero porque si no, no se ve bien, y me dije, ¡jo, lo va a notar seguro!, ¿cómo estaba doblado?, pero me resultó imposible dejarlo como estaba, aunque lo intenté, y cuando acabé me tuve que volver al comedor porque ya debía de llevar mucho rato, así que cerré todo con cuidado, volví a la mesa, me senté y seguí comiendo, y luego ya no pude dejar de mirarla en toda la comida porque la tenía enfrente, y ella se dio cuenta.
–Pipo, ¿qué te pasa?
–Nada. ¿Por qué...?
Aquí hubo una pausa.
–Estás temblando.
–¡Ah, ya...! Es que tengo frío.
–¿Frío...? ¡Si aquí hace calor!
–Sí, no sé. Es que me ha dado como un mareo...
–¿Un mareo...? ¿Estás malo?
–No, no sé...
... y al acabar mamá se empeñó en que me pusiera el termómetro, pero como no tenía fiebre me tuve que ir al colegio como todos los días, aunque aquella tarde no pude pensar en otra cosa que no fuera el sujetador rosa con pintitas blancas, incluso cuando el profesor nos preguntaba, que menos mal que a mí no me preguntó nada, porque yo no veía más que aquello de gasa rosa que ondeaba al viento como si fuera una bandera en un palo...