miércoles, 15 de abril de 2009

Yo me llamo Cacho Madera

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Traigo hoy unas páginas de "Europa barroca", esa novela (la he escrito yo; lo digo por los nuevos) que cuenta la fantástica vida de tres personajes, Eduguá, la negra y el cachalote telépata y habitante del océano Atlántico. Eduguá tiene un hermano, Cacho Madera, un tipo que mide más de dos metros y ha hecho de su vida un sayo, y como ha pillado una de esas enfermedades "nuevas y misteriosas para las que no existe cura", acaba donde cualquiera se puede imaginar, aunque incluso a las puertas de la muerte aún tiene ganas de broma...
Esta no es una novela normal, de las de ahora, de esas que empiezan con el protagonsita entrando en un bar y encontrándose con alguien del sexo opuesto... (¿Por qué la mitad de las narraciones que veo por ahí empiezan de semejante manera? Misterio). No, esto es otra cosa, y para ilustrarlo (aunque esto no es el principio, sino un fragmento de su misma mitad), ahí van mil palabras.


Yo me llamo Cacho Madera

Desde el control me dijeron que me fuera despidiendo, entró la monja y me dijo que me fuera despidiendo, debió de escapársele. Esta monja es muy grande y desconsiderada, aunque yo lo prefiero. El otro día el médico le echó una bronca de padre y muy señor mío...
Yo no sé cómo es esto de la técnica. A veces creemos que puede hacerlo todo... Sin embargo, yo aquí y las estrellas, sí, yo aquí y las estrellas, y si me descuido, sólo un descuido, vendrán hasta los de Recursos Humanos, los Asistentes Sociales o comoquiera que se los conozca ahora. Esos también hacen pajas, pero unas pajas muy raras; yo prefiero las normales.
Ahora veo la superficie del mar, la veo en ocasiones y cuando menos me lo espero. De repente allí aparece la azul superficie del mar plagada de bichos saltarines que croan como ranas y circulan ante mi punto de vista; deben de ser delfines. Una vez vi a un oso blanco paseando nerviosamente por la orilla de un mar glacial, un salmón se comía a un arenque, una foca se comía al salmón, y luego el oso se comía a la foca... Luego no sé qué sucedió, porque entró la monja y me despertó: ¡su inyección! Entonces yo puse el culo, como de costumbre... Me parece que estas medicinas modernas, esos líquidos rojos y transparentes, no sirven para nada, o por lo menos a mí no me sirven para nada. Yo sigo aquí, en la cama, a veces en el sillón, pero las fuerzas no me vuelven. En ocasiones parece que sí, y entonces me torno optimista y le digo a Sandy,
–Cuando todo esto acabe tenemos que dar la vuelta al mundo; yo no la he dado nunca. No sé a qué estaba esperando, pero ahora que estás tú aquí lo podemos hacer. A lo mejor es que me daba pereza hacerlo solo, pero eso se acabó. ¿Quieres ir a Ceilán? Sí, primera parada en Ceilán, y luego, ya que estamos allí, podemos intentar subir en el teleférico del Everest. Dicen que hay mucha cola, pero si se va con dinero por delante te la saltan y pasas el primero. También podemos ir a Pelotas. Está en el sur de Brasil y he oído decir que allí están las mejores playas del mundo. ¿Tú no sabes esa que dice, mi tío, que es brasileño, pasa en Pelotas el mes de abril...?
–No le digas eso a la niña.
–¿La niña...? ¡Pero si es muy mayor! Sandy, díselo a tu tía... Hermana mía, pareces una de los de Recursos Humanos.
Bueno, y otras veces, en vez de la azul y espejeante superficie del mar, lo que he visto ha sido la totalidad del Cosmos. Yo no sé si esto tiene que ver con lo que sucede cuando te ponen la inyección y ves las estrellas, porque con algunos de esos líquidos ves las estrellas. Como la monja debe de ser un poco sádica, tarda más de la cuenta en enchufármela y dice, aguante, aguante, sí, aguante, ¿eso no se puede hacer mejor?, y ella me dijo, no, es así como hay que hacerlo.
En cierta ocasión una voz me habló.
–Hace veinte millones de sus años que arribaron las primeras Oleadas, los primeros torbellinos de luces azules. ¿Azules...? Sí, ¿por qué no? Las primeras luces azules se produjeron hace cierto tiempo, algo después de nuestra toma de contacto con este lugar apartado.
Yo no sé si fue la abuela; la abuela hablaba con el pensamiento y la voz que oí me pareció la suya. Esto es difícil de determinar, más en mis circunstancias, pero aquella voz me pareció la suya, aunque la abuela nunca me habló de las estrellas ni de los misterios que encierra el Universo; eso lo he aprendido yo solo hace poco.
–No, hija, a las estrellas no iremos, por lo menos tú y yo. Iremos mejor a alguna playa de una isla desierta. Las estrellas son lugares demasiado complicados para nosotros, los seres humanos del siglo veintiuno. Están demasiado lejos, y una vez allí, cuando llegas, no sabes qué hacer. ¿Cómo te vas a pelear con el principio de exclusión entre neutrones? Las fuerzas son demasiado poderosas y no hay nada de comer.
Claudia me mira alucinada. Seguro que se está preguntando dónde he aprendido eso del principio de exclusión. Pues lo leí en un libro que me trajo el guarro. El libro estaba muy bien, muy claro. Era un poco antiguo, pero me ha dado igual porque tenía muchísimas fotos y dibujos; lo explica todo claramente. Ahora resulta que al guarro, que era tan tímido de pequeño, le ha dado por la física, y yo, desde que leí el libro, empecé a tener visiones cosmológicas...
Cuando me entró el bicho, el bisonte dentro del organismo, y lo digo ahora que ya sé que la luz del mundo se acaba, me dije, adiós mates, adiós pases y asistencias, ¡con lo bueno que era yo en esto de las asistencias...! Lo aprendí de pequeño, cuando jugaba de base, y engañas a todo el mundo. Miras hacia la derecha y lanzas el balón al que tienes a la izquierda. También lo puedes hacer poniéndote de espaldas y soltando el balón hacia atrás y por encima de tu cabeza, así sí que engañas a todo el mundo, nadie se espera semejante pase. Yo engañaba hasta a los de mi equipo, y el balón se iba fuera del campo y lo perdíamos. Cuando se juega hay que estar muy atento, menudas broncas tuvimos por ello... ¿Y qué me dicen del corte Ucla? Esto del corte Ucla es antiguo, muy antiguo, se descubrió el siglo pasado pero se sigue usando. Para hacerlo bien hay que tenerlo muy ensayado, pero para eso están los entrenamientos. Yo no sé cuando podré volver a entrenar. Entre unas cosas y otras lo tengo un poco abandonado, aunque en realidad es lo único que sé hacer, ¿o debería decir, que sabía hacer?

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Calatrava en el siglo XII

El cuento del gnomo vestido de rojo

miércoles, 1 de abril de 2009

La moderna picaresca

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Algunos ejemplos de la moderna picaresca que acompaña a los concursos convocados por organismos públicos y no tan públicos.

Ejemplo 1- el de una conocida editorial.
Cuando yo comenzaba a escribir tuve noticias de uno de esos concursos que hay en el mundo editorial, y como entonces era totalmente novato y había escrito una novela de la que pensaba que era el no va más, me apresuré a hacer cuatro copias (cuatro pedían, nada menos) y enviarlas a la dirección que allí se decía. Sin embargo, al empaquetarlas, me llegó un soplo venido de lo alto que me dijo: intercala un pelo entre las páginas y observemos qué sucede.
No sé cómo se me ocurrió aquello, puesto que entonces era por completo ignorante de los turbios manejos de determinadas instituciones (quizá había oído campanas...), pero el caso fue que así lo hice. Me arranqué unos cuantos cabellos de mi enmarañada cabellera y los coloqué cuidadosamente cogiendo bastantes páginas por la parte de abajo y bien pegados con Pritt, pegamento, como se sabe, muy endeble y sólo a propósito para papel.
Pues bien, cuando al cabo de varios meses reclamé mis libros, y bien que me costó que me los devolvieran, observé que los pelos seguían religiosamente en su sitio; es decir, que nadie los había abierto, ni siquiera hojeado, pues los citados apéndices capilares hubieran volado.

Ejemplo 2- Concurso de fotos convocado por la consejería de Cultura de cierta comunidad autónoma.
Ídem del lienzo me sucedió en un concurso de fotos. Las envié dentro de un gran sobre de Ilford, y bien pegado (el sobre) con cinta de embalar, y para que no hubiera duda, en ella escribí con un grueso rotulador mi nombre. Cuando me las devolvieron comprobé que la cinta de embalar seguía intacta y en su sitio, y nadie había abierto el sobre.

Ejemplo 3- Concurso de fotos en un ayuntamiento.
Dado lo antedicho, habrá quien piense que nadie me ha dado nunca un premio... Pues nada más lejos de la realidad, puesto que he ganado alguno de estos concursos, todos de la misma manera, y como para muestra basta un botón contaré lo que me sucedió en cierto ayuntamiento que había convocado un premio menor dentro del ramo de la fotografía.
Cierto día me telefoneó un conocido, concejal del antedicho organismo, y me dijo, oye, no tendrás por ahí alguna foto..., porque vamos a dar un premio y había pensado que... Tú pon tu nombre por ahí que ya me ocuparé yo de todo, y del premio no te preocupes; no es mucho, pero para una buena cena ya nos dará.
Y, en efecto, sucedió como el edil me había dicho. Al poco tiempo me enviaron una historiada carta con muchos membretes y matasellos, en la que se me anunciaba que yo había sido el afortunado ganador de tal y cual (y esto y lo otro), y que podía pasar a recoger el premio etc., etc., etc.
La cena tuvo lugar al poco tiempo, y el concejal, por decirlo ya todo, no se cortó ni un pelo: pidió angulas, aunque se las darían congeladas, puesto que era en junio.

MORALEJA: en este mundo del que hablamos, el que no tiene padrinos, no se bautiza.