sábado, 15 de agosto de 2009

Nastasia va a la playa (1979)

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Este es un trozo de la novela denominada "La efímera vida de Nastasia", que está algo después de la mitad del libro, más o menos. Como se supone que sucede en agosto, parece buena ocasión para ponerlo.

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Aquel año aprobé todo, aprobé la reválida, hasta con buenas notas, y mi madre me dijo,
–¿Te acuerdas de lo que te prometí? ¿Quieres que nos vayamos tú y yo a ver el mar? –y el corazón me dio un vuelco.
–¿De verdad?
–Pues claro. No podremos ir mucho, pero unos días sí.
Mi madre me miró divertida y añadió,
–Pero no se lo digas a tu padre. Le decimos que nos vamos al pueblo y ya veremos lo que hacemos, ¿vale? –y así fue la cosa.
Primero estuvimos con los abuelos unos cuantos días, y luego, en autobús y en tren, nos fuimos a un pueblo que se llamaba La Antilla. No eran Las Antillas, ¡qué más hubiera querido yo!, que estaba deseosa de emigrar a cualquier sitio que me hubieran propuesto –aunque con mi madre al lado, claro está, de la que no me hubiera separado por nada del mundo–, pero aquel lugar al borde del Atlántico, con su mar azul, su enorme playa de blanca arena –aquella sí, y no la que había visto en mi viaje en vespa–, sus embarcaderos de madera, sus barquitos que iban a pescar todas las tardes y su perenne buen tiempo, me pareció el colmo de las maravillas, y los primeros días los pasé en la playa sin querer moverme de ella.
–Pero, mujer, que tenemos que comer...
... y yo, sin levantarme de la arena, decía,
–Ya, pero es que no tengo gana... ¿No quieres ir tú sola? –y ella se iba y volvía al cabo de un rato con bocadillos y cocacolas.
–¡Jo, mamá, qué buena eres! –y mi madre se reía.
–Pero, niña, ¿eres tonta...? ¡Come, venga, que estás en los huesos!
... y allí comíamos las dos tan contentas, y luego nos pasábamos toda la tarde bañándonos, dándonos crema y aprovechando los rayos de sol hasta el final, y si yo no quería salir de la playa era porque mi madre, al llegar, me compró un bikini, mi primer bikini, y estaba aprovechando para ponerme morena en condiciones, por la tripa y por todas partes, cosa que nunca había hecho.
Nosotras llegamos para pasar diez días, pero algo debió de suceder que yo no sabía, porque al cabo de una semana, un mediodía, ella me dijo,
–Ven conmigo, vamos a ver a un antiguo conocido tuyo –y fuimos a uno de aquellos bares que había en la playa en donde nos encontramos a Juanito, sí, el macizo de Europa, que me dijo,
–Pero, chavala, ¡cómo has crecido...! –porque hacía bastante que no nos veíamos y yo estaba muy grande, casi tanto como de mayor.
Él nos invitó a comer allí mismo, y durante la comida estuvieron hablando de negocios. Lo que Juanito quería era que mi madre se quedara a trabajar allí todo el verano.
–¿Todo el verano? No sé si podré... –y él pareció quedarse muy desilusionado.
–¿No? ¡Pues no sabes la faena que me haces! Bueno, si no puede ser, ya buscaré a alguien... –pero yo, que ya me veía pasando las vacaciones en aquel lugar paradisíaco, intenté animarla.
–Mamá, ¿por qué no te puedes quedar? Así nos quedamos las dos...
–Sí, pero es que no sé qué va a decir tu padre... Esto no estaba previsto... –y al final todo se arregló, o medio arregló, porque mi madre era de lo más hábil y persuasiva.
Estuvo hablando por teléfono con él varias veces y le convenció. Supongo que le diría que allí se ganaba bastante dinero, que para mi padre era un argumento definitivo, pero el caso fue que nos quedamos todo el verano, y yo, algunos días, estuve haciendo de camarera, sirviendo platos de mesa en mesa como uno más, sobre todo los fines de semana, que era cuando iba más gente. Los domingos iba tanta gente que se acababa todo lo que había en el bar, y los que trabajábamos, mi madre, la cocinera, los de la barra y los demás, acabábamos derrengados y a las nueve de la noche echábamos el cierre, poníamos un cartel en la puerta y nos íbamos.
Mi padre, no obstante, llamó varias veces para que volviéramos, y por lo visto llamaba cabreado, claro, pero mi madre le toreó durante una temporada.
–Le he dicho que hay muchísimo trabajo y que ahora no puedo ir, ¡estamos en plena temporada!, y que tú, pudiendo estar aquí, allí no pintas nada. Porque tú no querrás ir, ¿verdad? –y yo, sorprendida, exclamé,
–¿Yo...? ¡Ni hablar!
Luego dijo,
–Ya verás como aparece por aquí. Seguro que viene el fin de semana –y así fue.
Mi padre vino a ver qué sucedía y si era cierto lo que mi madre le había contado, porque se presentó un viernes por la tarde de sopetón y sin avisar, como si nos fuera a coger en alguna mentira. Seguro que él pensaba eso, pero mi madre, cuando llegó, estaba en el bar dando órdenes a diestro y siniestro y organizando todo para el fin de semana, y yo en la playa, aprovechando hasta el último momento, y se tuvo que callar. Vamos, callar tampoco. A mí me dijo,
–Estás demasiado morena. ¿Tú has visto esto...? Esta niña está negra como un tizón. ¿Tú no sabes que eso no es bueno?
... como si le importara algo lo que me sucediera a mí, y a mi madre la intentó convencer para que dejara todo y se volviera a casa, pero ella, muerta de risa y sin hacerle ningún caso –porque mi madre no se enfadaba nunca, ni aun con mi padre, que era muy pesado–, le dijo,
–Bueno, bueno, tranquilo. Ya ves que esto se acaba en septiembre y hasta entonces no puedo volver. ¿No dices que no trabajo nada y que todo lo que hago son tonterías? Pues mira, ahora estoy ganando tanto y cuanto –y como lo que dijo era bastante más de lo que él ganaba, se tuvo que callar.
Le sentó como un tiro y se puso a rutar, según costumbre, pero se calló, y aquella noche me mandaron a dormir a otro lado. Como en donde nos quedábamos no había sitio para los tres, le tuve que dejar la cama a mi padre e irme a casa de una señora. Era la que nos vendía las verduras para el bar, que vivía sola y me dio cobijo aquellas dos noches.
–Si no son más que dos noches, no hay inconveniente. Ya sabe usted que yo no hago estas cosas, pero una emergencia es una emergencia. Además..., ¡si el que viene es su marido...!
... y por la noche la señora me dijo,
–¿No quieres salir? Vete a dar una vuelta, mujer, que este es un sitio muy tranquilo –y yo, que no las tenía todas conmigo, salí después de cenar.
Anduve sola un rato por allí, me comí un helado y volví adonde iba a dormir, y la señora, que me estaba esperando, se interesó mucho por mi paseo nocturno. Me preguntó,
–¿Te ha gustado? Este pueblo es muy bonito, ¿verdad? Además, ahora hay mucha gente y está muy animado.
Eso fue el viernes, y el sábado repetí. Como había estado todo el día trabajando como una negra –observada por mi padre desde la barra, de la que no se separó ni un momento, porque la playa ni la pisó–, estaba muy cansada, pero por la noche volví a salir. Di otro paseo por el mismo sitio que la noche anterior y observé que la gente me miraba. Algunos hasta me dijeron cosas, pero no les hice caso porque no me gustaron, y en seguida volví a casa porque al día siguiente tenía que trabajar otra vez y aquello era bastante cansado, y al final mi padre se fue sin despedirse, clara señal de que se había ido cabreado; cogió el coche y desapareció. El domingo por la tarde, que estábamos las dos trabajando en el bar, mi madre, desde su mesa de control, me preguntó,
–¿No ha venido tu padre a despedirse? –y como yo, que pasaba por allí con una pila de platos sucios, negara con la cabeza, añadió–. Pues se ha debido de ir porque mañana por la mañana tenía que trabajar. ¡Paciencia, mujer! –y mi madre, en el fondo, lo decía un si es no es risueña; en realidad no se reía, pero sólo le faltaba hacerlo.
Así estuvimos todo lo que quedaba de verano, hasta septiembre. Cuando el bar se cerró nos fuimos unos días al pueblo, con los abuelos, y a mediados de aquel mes volvimos, las dos con gran pesar en el corazón, a nuestra casa de la gran ciudad, en donde Kraka nos esperaba como agua de mayo y con todo hecho un asco. No había barrido ni una sola vez, y por el baño y la cocina parecía que había pasado un ciclón. Ninguno de los objetos que contenían estaba en su sitio, pues la mayoría se aposentaban en las mesas, las sillas, el suelo y, sobre todo, el fregadero, que rebosaba, y no sólo de platos y toda clase de cacharros sucios, no, sino también de amplios cultivos de las más selectas variedades de hongos.

sábado, 1 de agosto de 2009

Referencia externa a Camargo Rain

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Hoy pongo la dirección de un señor que se refiere a uno de mis libros. Me hace gracia el texto que ha elegido, que está en "Las estaciones", una de mis novelas, y aún más gracia que me haya puesto el primero de la lista, lo que quizá indique que es lo que más le ha gustado, aunque suene un tanto inmodesto. Bueno, pues desde aquí se lo agradezco.
Este señor (Ángel Romero) está en Canarias, creo que en Tenerife, en donde mantiene algo relacionado con la informática, y las direcciones que se refieren a un servidor son

http://angelromero.es/literatoslulu.com/literatoslulu/index.html

y

http://angelromero.es/literatoslulu.com/literatoslulu/camargo-rain/index.html