sábado, 17 de octubre de 2009

Sobre "Crucita y yo"

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"Crucita y yo" es una novela que escribí hace años y en la que se cuenta la vida de dos hermanas, Nastasia y Crucita, que se llevan veinte años; como su madre se ha muerto, Nastasia hace de madre de Crucita. El Rockero, el Rockero solitario, también conocido como Monticola solitarius, es el novio de Nastasia y quien, por lo tanto, representa el papel de padre de Crucita. Quimera, por último, es una señora cubana que hace de chacha para todo y cuidó de Crucita mientras esta fue pequeña.
La novela tiene 650 páginas, y, por lo que yo sé, se lee de un tirón, o la gente la lee de un tirón y luego me dice, ¡pero qué burro eres, macho...!, porque a todo el mundo le gusta mucho y se lo pasan en grande con las aventuras de esta elementa, de la que, en la contraportada se dice lo siguiente:

Crucita, niña rizosa, poetisa, trigueña, ojizarca...; esto es lo que se dice de Crucita, pero además se dice: chavala espectacular, parlanchina a más no poder y señalada por el dedo del Cosmos, que no es cosa que se vea todos los días. Ser privilegiado, en suma, cuyas andanzas son largas y enrevesadas, sí, muy aparatosas y teatrales, y movidas...
Crucita, a quien también se conoció como Maricruz (que es nombre de gallina), o como rubia, bella durmiente, niña pequeña, especie de maciza y otros muchos adjetivos del mismo tenor, nació de unos seres que se querían; vivió a cuerpo de rey toda su vida; se reprodujo, aunque no sin dificultades, y enfiló el camino hacia adelante con la satisfacción del deber cumplido...
¿Aún me escuchan...? Pues les voy a decir más. Palabras acabadas en culo hay muchísimas, casi todas de cuatro sílabas, y las principales son, báculo, cenáculo, pináculo y tabernáculo; vernáculo, espiráculo y oráculo; o bien, espectáculo, habitáculo, tentáculo y obstáculo...

Pero me dejo de rollos y pongo un trozo de este escrito, un monólogo de la niña cuando tenía cuatro años. Ahí va:


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En la época que cuento vivíamos en una casa muy grande. No tanto como la del pueblo, la de los abuelos, pero sí bastante buena. Ocupábamos casi una planta entera de un lujoso edificio, la planta alta, la de arriba del todo. El edificio era tan bueno que tenía hasta jardineras de cemento llenas de flores, y en uno de los lados vivíamos Maná, Quimera y yo, y en el otro Maná tenía instalada su oficina. A mí, al principio, no me dejaban entrar en él, pero luego empecé a ver por la terraza que algunas gentes se aposentaban en ella, al otro lado. Como había un plástico medio transparente en mitad algo se veía, algo se intuía, y una vez vi a uno de corbata, ¡qué raro es eso!, mucha gente lleva corbata y yo no sé por qué..., pero mis investigaciones no duraron mucho porque un día llegaron unos señores con aparatos y ladrillos y cambiaron el plástico por una pared. Lo hicieron muy rápido, pero Quimera se enfadó porque manchaban. ¿Manchaban? La verdad es que no mancharon casi nada, pero Quimera, así y todo, se enfadó un poco.
–Y ahora, ¿quién limpia esto...? Quita, niña, quita, que te vas poner hecha unos zorros. ¡Ay, Dios mío!
... y otras veces, cuando está algo cansada porque revuelvo mucho, ¡claro, qué voy a hacer!, es ley de vida, lo que dice es,
–Niña, mi amor, vete a ver la televisión –pero esto sólo me lo dice Quimera, porque Maná no quiere que contemple la pantalla de los mil colores.
Cuando era pequeña lo que hizo fue abrir el aparato por detrás con un destornillador –nunca hagas eso, te puedes quedar pegada para siempre, me lo dijo una vez el Rockero, pero ella lo hizo– y quitó una de las piezas. Desde entonces allí sólo se veían rayas y los mil colores se convirtieron en unos diez o doce. A veces la encendía, pero me aburría en seguida. Yo le decía,
–Maná, lleva a arreglar la televisión.
–Pero si no tiene arreglo, mujer.
–¿Cómo no va a tener arreglo? Seguro que todas las cosas tienen arreglo.
–Pues esta no.
... y Monticola el Rockero, una tarde que estuvo en casa haciendo cigarros de los suyos, me dijo lo mismo.
–Me parece que ese asunto, en efecto, no tiene solución.
El Rockero, y esto lo sé desde pequeña, se expresa como un libro abierto.
–¿En efe qué...?
–En efecto, niña, en efecto. ¿Tú no sabes lo que es en efecto?
–No.
–Bueno, pues siéntate ahí y acábate el batido.
–¿El batido...? ¡Oye, si no es un batido, que es un plátano...!
–Bueno, pues da igual. Acábate el plátano.
A mí siempre me ha parecido que los telediarios son el mayor acto de propaganda de los ricos. Allí salen unos señores repeinados representando el guión de los ricos. Los señores que salen son los locutores y los políticos, que también son locutores, locutores del punto de vista de los ricos, no hay más que oírlos[x1] . Yo empecé a darme cuenta de esto cuando era pequeña, muy pequeña, en cuanto oí diez o doce de aquellos telediarios.
–Maná.
–Qué.
–¿No te aburres?
–No, mujer. ¿Por qué?
–Pues por eso que dicen...
–Bueno, es que esto son cosas de mayores..., y baja los zapatos del sofá, niña.
Pero lo que digo no se para en los telediarios, el periódico parlante de los ricos, qué va. Ahora resulta que al recreo lo llaman no sé cómo, de una forma rarísima. Yo sólo tengo cuatro años, pero ya me parece que aquí alguien se ha vuelto loco, y si esto es así, cuando sea mayor, ¿qué pensaré? Yo quería tener un recreo como el de los niños de siempre, y un día se lo dije a Maná.
–Oye, Maná, que yo quiero tener un recreo como el de los niños de siempre. En ese colegio es un rollo...
–¿Por qué?
–Es que lo llaman no sé qué...
–¿Cómo lo llaman, mujer?
–Pues no sé... Mira, pero lo tengo aquí apuntado, en este papel –y le enseñé uno que nos habían dado en el colegio para que, a guisa de información, se lo diéramos a nuestros padres, y allí lo ponía.
–¿Qué pone aquí?
–¿Dónde?
–En lo grande.
–Pues pone, SEGMENTO DE OCIO.
–¿Ves? Eso decía yo... Oye, Maná...
–Qué.
–Que qué significa eso.
–¿Cuál?
–Pues lo de segmento no sé qué... –y Maná, porque yo creo que la estaba mareando, me dijo,
–Bueno, pues si quieres, no vayas más al colegio, ya buscaremos otro. Total, allí no os enseñan más que tonterías... –pero yo protesté.
–No, Maná, porque si no voy, ¿cómo aprenderé lo que significan las letras? –y ella me dijo,
–Pero tú, ¿para qué quieres saber lo que significan las letras? –y yo, la verdad, me quedé un poco atascada, pero al final dije,
–Pues... pa leer eso..., lo de eso... Es que no me acuerdo ya.
... de forma que fue Maná, bueno, y Quimera y Rosa y tantas otras personas, hasta el Rockero, quienes pasaron por allí y me explicaron lo que significan esos signos negros sobre fondo blanco. Lo que me dijo Rosa fue,
–Yo no me llamo Rosa. Me llamo Rosa Rose. ¿Lo entiendes? –y yo..., por supuesto que lo entendía.
También me dijo,
–La erre con la o... –y yo, contentísima, gritaba,
–¡Rrróooo! –y ellos se reían, claro, porque a todos nos gustan los niños que hacen monadas.
Luego decía,
–Y la ese con la a... –y yo me aceleraba.
–¡Sáaa...! –y todos gritaban.
–¡Eso, hija, eso! ¡Rrrró...!, ¡sáaaa...!
Menudas juergas nos trajimos con lo de las letras durante una temporada, el Rockero de los que más.
–O sea que quieres aprender a leer.
–Sí.
–Pues ya puedes empezar a comprarte libros.
–Me los compra Maná.
–¿Te los compra Maná?
–Sí, los que yo le digo.
–Ya, pero eso son libros de dibujos y tú necesitas libros de letras. ¿No te has fijado en que las letras son dibujos?
... y me hizo mirarlas con una lupa y la verdad es que sí, las letras son dibujos, son rayas y puntos. Las letras son sólo dibujos trazados por manos humanas y los perros no saben escribir... ¡Huy, qué risa!, no, ¡cómo van a saber...! Los perros no saben escribir ni creo que aprendan en la vida. ¿Y las gallinas...? Bueno, las gallinas a lo mejor sí pueden aprender.
–¿Tú podrías enseñar a leer a una gallina?
–Pues no sé, pero una vez vi en el circo a un caimán que cantaba canciones mexicanas.
–¿Síi...?
–Sí. Y a un mono que adivinaba el futuro.
–¿Síiiii...? ¿Tú vas al circo?
–Claro. ¿Tú no?
–No, yo no he ido nunca.
–¿Quieres que te lleve un día?
–Bueno, pero contigo, ¿eh? Tú también vas...
–Sí, mujer, claro. ¿Qué te creías, que me iba a quedar en la puerta? Vamos los dos como unos señores.
–Eso. Y llevamos a Maná, ¿eh?
–Hombre, por supuesto; y a Quimera, si quieres, también –y yo lo pensé un poco pero no me pareció lo más acertado.
–No, a Quimera mejor no.
–¿Por qué, mujer? Si seguro que le gustaba... –y yo lo pensé de nuevo.
–¿Está sucio el circo?
–¿El circo...? Qué va, está limpísimo.
... pero si Crucita la parlanchina, que soy yo, comenzó hace poco su andadura, resulta que su hermana Anastasia no le va a la zaga. Ella nació hace cierto tiempo y ya ha corrido mucho por la superficie terrestre, pero tampoco se para en barras. Véanlo ustedes.

. . .

Un día tía Conchita me llamó y me dijo... Bueno, no, mejor lo voy a contar de esta otra forma: resulta que en el país de los ciegos el tuerto es el rey... Bueno, no, tampoco.

(... y etc., etc., etc., que de esta forma continúa hablando Nastasia, es decir, Maná, que viene de una contracción que hace la niña de hermana y mamá).