domingo, 5 de septiembre de 2010

Otro trozo de "Las estaciones"

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"Las estaciones", novela que escribí hace tiempo, está narrada por un niño de trece años. Esto que va aquí debajo es uno de sus monólogos a propósito de las rosas silvestres, los helados y Rosana, que es la amiga de su hermana y quien siempre va con ellos a todas partes. Al chaval, como es lógico, se le ocurren toda clase de cosas, y como para muestra basta un botón, ahí va este, que está sobre la página 160, más o menos:


Muchos confunden las cosas y otros confunden las cosas y las personas, hay de todo, y nosotros, por lo menos los que hemos hablado hasta aquí, confundimos los nombres de las cosas, porque en realidad a Patricia la mulata no le olía el culo a jaramugo, que era un rosal que había en la parte de atrás, al lado de la puerta de la cocina, sino que lo que sucedía es que le olía a escaramujo, que ese sí que es un rosal silvestre que tiene flores todo el año y por fruto una baya con forma de huevo pequeño, carnosa y de color rojo cuando madura, y el tío Mary, un día, se comió una por hacer la gracia y dijo que sabía justo como los labios oceánicos de quien todos sabemos, eso dijo, y una de aquellas tardes, después de comer, nos llevó a tomar unos helados a Azucena y a Rosana y a mí mientras Patricia se iba a echar la siesta, que no quiso venir, y en la heladería estuvo diciéndole cosas a la chica que ponía los helados, que era alta y estaba detrás del mostrador y no sabía qué cara poner porque el tío Mary le preguntó si había helados de jaramugo, aunque luego rectificó y dijo que se había confundido y que lo que quería decir es que si tenían helados de escaramujo, que era un rosal silvestre que había en la parte de atrás, al lado de la puerta de la cocina, pero la chica, que casi no se reía, dijo que no, que sólo había de cosas normales, y le señalaba una lista que estaba detrás de ella hecha con muchas tablitas de plástico y en donde ponía los nombres de los helados, de forma que pidió uno de chocolate de dos bolas y le preguntó a la chica si el chocolate era jamaicano y la chica dijo que no lo sabía, aunque seguramente sí, y cuando se lo dio lo repitió, un helado de chocolate jamaicano, señor, que aproveche, y el tío Mary, que es muy simpático, lo cogió, le dio las gracias, le guiñó un ojo y nos fuimos a la terraza a comérnoslos sentados en las sillas, pero entonces vino un señor mayor a decirnos que no podíamos estar allí porque los helados los habíamos pedido en el mostrador, y que si queríamos podíamos sentarnos en los bancos que había justo enfrente, los del paseo, y yo estaba a punto de levantarme cuando el tío Mary dijo que no importaba y que le cobrara la diferencia, pero que nos hiciera rebaja porque los helados los habíamos traído nosotros, y le dio unas monedas, de forma que al fin se pusieron de acuerdo y nos quedamos allí, el tío Mary sin dejar de hablar y yo mirándole las rodillas a Rosana, que la tenía enfrente, y preguntándome a qué le olerían, aunque seguramente le olerían a jabón y a crema, porque como ya llegaba el verano se acababa de depilar, y las tenía, y las piernas, incluso un poco que podía ver de las pantorrillas, casi blancas y brillantes y finísimas, como si se hubiera dado con una lija y luego con nivea, y además, como Rosana es bastante nerviosa, sobre todo cuando tiene al lado a algún señor, y si es el tío Mary, más, no paraba de hablar, y al hacerlo movía las piernas, separaba las rodillas, las separaba muy poco y luego las volvía a juntar, lo hacía todo el rato aunque yo creo que ella no se daba cuenta, y en una de esas se las vi, no mucho, sólo fue un momento porque en seguida las volvió a juntar, y luego otra vez y luego otra, y claro, se las vi y las llevaba blancas, aunque seguramente sería un tanga como los que usaba Azucena y yo veía a veces en el tendal que había en el prado de la parte de atrás, cerca de la puerta de la cocina y no muy lejos del famoso escaramujo del que el tío Mary por hacer la gracia se había comido un día uno de los frutos.