martes, 20 de agosto de 2013

Pipo sube a la montaña



Hoy, para variar, voy a poner un trozo de una de mis abruptas novelas (esto de abruptas ya lo he oído más de una vez). Es un trozo de Las estaciones –libro que data de hace siete u ocho años y se puede ver aquí–, y reconozco que el párrafo es muy bestia, más de tres mil palabras sin un solo punto y aparte, pero es el discurso de un chaval de catorce años (Pipo) que intentó subir a un pico con el guardaespaldas de sus padres (Sean), un medio escocés que había sido policía pero lo dejó porque no tragaba con las mafias, y le tuvo que salvar (al guardaespaldas). Al final la cosa acabó bien, como se va a ver.


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PIPO

A ver si te atreves, que hay que andar, ¿eh, Pipo?, hay que andar, esto no es para señoras, no, ya, pero eso no es problema, yo ando todo lo que tú quieras, bueno, pues venga, el sábado subimos, y Patricia dijo que le apetecía venir pero que no iba a poder hacerlo porque dos días después tenía el último examen, un examen muy importante, y se iba a quedar a estudiar, que estudiaba casi todas las noches pero por lo visto no era suficiente, así que Sean y yo cogimos un día el coche grande y subimos al monte, y por el camino me fue hablando de cuando había montes de verdad y había ciervos y había osos y otros animales, yo no conocí aquellos tiempos pero da igual, antes los había y de ello hablan los libros antiguos, ya, pero en la finca también hay, sí, pero allí están cercados y sólo hay alguno, y osos ninguno, claro, osos ya no hay en ningún lado, sólo quedan diez o doce en el norte, de allí no pueden salir y no es lo mismo; antes había bosques en los que no había entrado nunca nadie, únicamente los animales y algunos cazadores que iban de vez en cuando, y ahora sólo hay autopistas y urbanizaciones y cabinas de teléfonos, todo avanza, y dentro de poco no quedarán ni los osos del norte porque en donde viven la gente habrá hecho estaciones de esquí y más carreteras, y al final sólo quedarán en Siberia o en Canadá, pero eso es porque como son tan grandes va ser difícil que las llenen de gente, y además hace mucho frío y nadie va a querer ir a vivir allí. Bueno, ya casi hemos llegado, mira ahí arriba, ¿ves aquel pico?, ¿cuál?, pues aquél, el de la izquierda, ¡ah, sí!, pues hasta ahí arriba vamos a subir, ¿hasta ahí...?, ¡ah!, ¿no decías que ibas a subir a donde yo dijera?, sí, sí, no, si subo..., y dejamos el coche en un sitio que había y cogimos las botellas de agua y las mochilas, nos las pusimos y echamos a andar por un camino que se metía entre los árboles, en el pinar, un camino que se fue empinando poco a poco, y Sean me dijo, Pipo, pon las manos agarrándote los tirantes de la mochila, como lo hago yo, ¿así?, sí, así, ¿y eso?, pues porque si vas braceando se te va la sangre a las manos y al cabo de un rato parece que las llevas dormidas, ¿y en los bolsillos?, sí, en los bolsillos también sirve, pero si te caes con ellas en los bolsillos no te da tiempo a sacarlas y te das en la cara con las piedras, ¿no te da tiempo a sacarlas...?, no, cuando te caes no te da tiempo a nada, así que no andes con ellas en los bolsillos, bueno, vale, y seguimos, y al cabo de bastante rato empezaron a escasear los árboles, cada vez había menos y llegó un momento en que no había ninguno, y los pocos que se veían se habían quedado atrás, abajo, y delante de nosotros todo eran piedras, piedras cada vez más grandes, aunque el sendero se notaba aún y en varios sitios estaba señalado por mojones, algunos pintados de blanco y rojo pero muy lejos unos de otros. Durante toda la mañana seguimos subiendo, y allá arriba, siempre muy lejos, se veía la cumbre a la que íbamos. A veces hacíamos alguna parada y mirábamos el paisaje, que debajo de nosotros y hasta donde alcanzaba la vista todo eran pinos y pinos, todo era un pinar gigantesco que parecía no acabarse nunca, y luego seguíamos, y cuando ya parecía que habíamos avanzado algo y el pico al que íbamos estaba más cerca, Sean dijo que podíamos comernos los bocadillos que llevábamos porque ya estábamos a mitad de camino, o más, y que para bajar se tardaba mucho menos porque se baja más deprisa, y nos sentamos en unas piedras y abrimos los paquetes, que eran de tortilla de chorizo o algo parecido, desde luego el mío estaba buenísimo, y cuando estábamos comiendo se me ocurrió llamar a Patricia para contárselo, pero luego pensé que estaría estudiando y que era mejor que lo hiciera a Rosana, y cuando cogí el teléfono me di cuenta de que no se podía llamar porque la pantalla se había quedado casi en blanco y ponía no sé qué, y además no se oía nada, y entonces lo dejé y pensé, bueno, ya la llamaré luego, o mañana, total, le va a dar igual..., y seguí comiendo el bocadillo, y cuando acabamos y bebimos agua Sean dijo, bueno, qué..., ¿seguimos?, porque todavía nos falta un buen trecho, que tenemos que llegar ahí arriba, ¿qué?, ¿seguimos?, sí, vamos, y nos levantamos y echamos a andar siguiendo aquel sendero entre las piedras que a veces desaparecía y a veces volvía a aparecer, señalado aquí y allá casi imperceptiblemente, escalando alguna peña..., bueno, escalando tampoco, sólo había que trepar un poco, y a veces recorrer el borde de unas piedras que parecían cornisas antes de llegar de nuevo a lo que era el sendero, y luego, en uno de aquellos sitios estrechos, Sean de repente tropezó y se cayó, yo no sé qué hizo porque Sean no se caía nunca y llevaba unas botas muy buenas, pero el caso fue que de repente tropezó, rodó aparatosamente por el terraplén y llegó hasta abajo, que menos mal que no fue muy abajo, y allí movió un brazo y yo creí que se iba a levantar, porque tampoco había sido para tanto, pero luego el brazo se le cayó, rodó otro poco y se quedó allí tumbado boca arriba, y cuando me fijé vi que parecía que tenía sangre en la cabeza, aunque como yo estaba arriba no lo veía muy bien, y además me había quedado mudo del susto y ni siquiera acertaba a distinguirlo con claridad, y entonces le llamé, ¡Sean...!, ¡oye, Sean...!, pero él no me contestó sino que siguió allí echado, ¡oye, Sean...!, y no se movió en absoluto, como si no me hubiera oído, y yo me dije, ¡jolín!, ¿y ahora qué hago?, tengo que bajar ahí a ver qué le pasa, y no podía hacer nada más que mirarle aterrado porque estaba allá abajo y no sabía cómo bajar, aunque tampoco era muy abajo, pero luego vi que por un sitio sí iba a poder hacerlo, era difícil pero no imposible, y dejé en el suelo la mochila y agarrándome a las peñas bajé por aquel sitio que parecía más fácil y en seguida estuve a su lado, y lo primero que hice fue intentar despertarle moviéndole, oye, ¡Sean...!, pero no se despertaba, y entonces me fijé en que se había hecho una herida en la frente por la que salía algo de sangre y estaba allí como muerto, quieto, aunque respiraba, y miré al cielo y pensé que ya era por la tarde, y luego, aunque todavía faltaba bastante, iba a ser por la noche..., ¿y qué hago yo ahora?, porque el teléfono no funcionaba y el suyo tampoco, de forma que me dije, jo, tengo que ir a algún lado a buscar a alguien..., pero ¿adónde?, bueno, puedo bajar por donde hemos subido, que a lo mejor encuentro a alguien, o si no acabaré llegando a la carretera en donde dejamos el coche y por allí seguro que pasa alguno, pero luego volví a mirarle, y como le salían gotas de sangre de la frente y le escurrían por la cara no sabía que hacer, a lo mejor si le echo un poco de agua..., y le eché un poco de la que quedaba en su botella por la cara pero ni por esas se despertó, ni siquiera pareció que lo notara, aunque sangre le salía menos, y entonces volví a decirme, ¡jo, tengo que hacer algo, que si no bajo ahora se va a hacer de noche y ya no voy a encontrar a nadie, y menos en este sitio!, ¿y ahora, cómo subo?, porque tenía que volver a la senda que nos había traído que pasaba por encima de aquellas piedras, así que tras muchos sudores y esfuerzos conseguí escalarlas, y cuando estuve arriba miré hacia abajo, que Sean seguía allí caído, y me dije, no mires más, venga, baja todo lo deprisa que puedas, y di media vuelta y poco menos que corriendo, aunque por allí era difícil correr porque había muchísimas piedras sueltas, eché a andar hacia abajo procurando no salirme de la senda, no, es por allí, que allí hay una piedra blanca, ¿y ahora...?, pero en seguida veía por dónde iba el camino, y mientras bajaba, casi corriendo y saltando en los lugares que podía, y otras veces medio agarrándome a las peñas, iba pensando si hacía bien porque a lo mejor debía haberme quedado con él, pero si me quedo no va a venir nadie, y ni siquiera sabía hacia dónde tenía que ir, si hacia arriba o hacia abajo, y menos mal que ahora no hay osos..., ¡ya, desde luego!, no, para arriba no, mejor para abajo porque así llegaré a algún sitio, aunque sea a alguna carretera, y encima me he dejado el teléfono de Sean ahí arriba, porque el mío se ha quedado sin batería, aunque da igual porque aquí no funciona, que no ha funcionado en todo el día, ¡jo, pero a lo mejor hubiera funcionado el suyo al llegar a la carretera...!, es que soy idiota, bueno, ahora ya da igual porque no voy a volver a subir a buscarlo, mejor sigo, y así hasta que llegué a los primeros pinos por el sendero que casi no se distinguía entre las piedras, pero llegué y me dije, ¡bueno, yo creo que ahora ya no va a ser tan difícil!, y miré a mi alrededor y vi que el sol había bajado mucho y los pinos proyectaban sombras bastante largas, bueno, voy bien, yo creo que es por aquí por donde hemos subido, y yo cada vez más acelerado porque por allí ya se podía correr mejor, y pasó muchísimo rato, aunque como era bajar no te cansabas nada, e iba pensando en esto cuando oí un ruido, ¿qué es eso?, y aunque ya llevaba las rodillas machacadas de todas las veces que me había caído intentando bajar de las piedras, y hasta me había torcido una muñeca, aunque sólo un poco, aún corrí como pude y vi que debajo del siguiente barranco, que no era un barranco sino como un terraplén, pasaba una carretera, yo creo que la carretera por la que habíamos subido, y un autobús acababa de pasar y se iba a lo lejos levantando polvo blanco, y yo iba a gritar pero no lo hice sino que pensé, lo que tengo que hacer es bajar hasta ahí y ponerme en medio, yo creo que en seguida pasará alguien y a lo mejor lleva teléfono, y llegué a la carretera y estuve esperando un buen rato mientras el sol se iba, qué tarde es y no viene nadie, ¡pues vaya carretera!, y yo venga a mirar en las dos direcciones con ansia, y luego, cuando empezaba a pensar si no sería mejor andar un poco porque a lo mejor estaba cerca de algún sitio, a lo lejos apareció un coche bastante grande, de esos que andan por los montes, y paró porque yo me puse a dar saltos y a hacer toda clase de gestos, fui corriendo hacia él y me puse delante, y el señor que iba dentro me preguntó qué me pasaba y yo le dije, es que Sean se ha caído de una piedra y se ha hecho una herida en la cabeza y no se despierta, está ahí arriba, y el señor salió del coche porque creía que era allí al lado pero yo le dije que no, no, que lo que yo quiero es que llame usted por el teléfono, sí, bueno, pues llame a alguien, no sé, a un helicóptero de esos, o si no a mi padre, ¿dónde está tu padre?, no, mi padre estará en casa, pero es que hay que llamar a alguien y él tiene muchos amigos, ¿pero no dices que...?, no, es que Sean está lejos, que yo vengo de allí andando y he tardado como dos horas o más, ¡ah!, ¿dos horas...?, oye, ¿y qué le decimos al del helicóptero?, porque nos va a preguntar que dónde está, sí, es que hay una cosa roja, es mi mochila, que la dejé allí para no cargar con ella, ah, bueno, espera, vamos a llamar, y se puso y en seguida le contestaron, sí, hay una cosa roja, es la mochila del chico que se cayó allí, ¡no, que se cayó no..., que yo no me caí!, bueno, da igual, esa es una buena referencia, pero de noche no la van a ver, bueno, pero seguramente llegarán antes de que se haga del todo de noche, pero si no vienen, vamos nosotros a buscarle, ¿eh?, o por lo menos voy yo, sí, hombre, no te preocupes, si no vienen en seguida o no nos contestan, subimos nosotros, ¿tú vas a poder llegar?, sí, seguro, me sé el camino, sólo he pasado una vez, ahora, a la bajada, pero no puedo dejar ahí a Sean, bueno, tranquilo, y el sol bajaba cada vez más y ya estaba cerca de los pinos que había en el horizonte cuando de verdad que apareció un helicóptero que estuvo por allí revoloteando, lejos, y al cabo de un rato sonó el teléfono de aquel señor, y cuando estaba hablando con ellos, que por lo visto eran los que iban en el helicóptero, me preguntó si el sitio era por allí, ¿por donde está el helicóptero?, sí, pues no sé, igual más hacia acá, que ellos están muy lejos, y luego dejamos de oírlo, como si se hubiera parado, y estuvimos muchísimo rato esperando, yo mirando hacia allá pero sin atreverme a decir a aquel señor que los llamara otra vez a ver qué estaban haciendo, y cuando estaba pensando en eso apareció de nuevo el helicóptero, pero esta vez muy cerca, casi encima de nosotros, y volvió a sonar el teléfono y el señor dijo, no, si os estoy viendo, estáis casi encima, mira, y salió al centro de la carretera y se puso a hacer señas con la mano, y el helicóptero comenzó a bajar, y cuando aterrizó y se paró del todo, que lo hizo un poco más allá, en donde había una explanada grande, como un aparcamiento, resultó que salió Sean de él con una venda en la cabeza y cojeando un poco, vino hasta nosotros con un señor y me dijo, ¡Pipo, qué bien lo has hecho!, que si no es por ti me paso la noche en el monte, aunque ahora ya no hace frío y hubiera visto las estrellas y los planetas, ¿eh?, pero es mejor así, ¿pero no te pasa nada?, bueno, sí, un poco atontado sí estoy, y me duele una rodilla, pero ahora voy a llamar a casa para que vengan a buscarnos, que tú estarás cansado, ¿no?, y yo, como al final todo se había resuelto bien, incluso mejor que bien, de película, hasta con un helicóptero, dije, ¡qué va!, ¡si me lo he pasado muy bien...!, y Sean fue a dar las gracias al señor que había parado su coche, que estaba allí, y luego a los del helicóptero, que eran tres que iban de verde, como de uniforme, y me habían traído hasta la mochila, y luego uno de ellos se montó en nuestro coche con nosotros, que estaba allí al lado, dos curvas más allá, y lo llevó bastantes kilómetros hasta un sitio en el que había varias casas en la punta de un monte, en donde la carretera ya no subía más y por los dos lados se iba hacia abajo, todo lleno de pinares, y el helicóptero ya estaba allí esperándole y todo el mundo mirando porque era sábado y había bastante gente y pocas veces se ve aterrizar un helicóptero en un sitio de esos, así que el señor aparcó el coche delante de una de las casas y se despidió de nosotros y a mí me dio la mano y me dijo, ¡muy bien, chaval, muy bien!, y se fue, se subió al helicóptero y este despegó levantando mucho polvo y desapareció, y nosotros y más gente entramos en aquella casa, que era un bar, y como ya se había hecho de noche casi del todo Sean me dijo, bueno, ahora vamos a esperar a que venga tu padre, así que como tendrás mucha hambre, y yo también, vamos a cenar, ¿vale?, hombre, sí, claro, porque la verdad es que sí tenía hambre porque sólo habíamos comido el bocadillo cuando subíamos, y nos sentamos en una mesa de aquel comedor tan bonito, como antiguo, todo lleno de vigas de madera pintadas de rojo y de verde y no demasiada gente –aunque casi todos miraron porque Sean llevaba la venda en la cabeza–, y nos comimos unos trozos de carne grandísimos que me gustaron mucho, y Sean entonces dijo, está buena, ¿verdad?, ¡jo, sí, buenísima!, bueno, pues eso es porque es de oso, ¿síii..., de oso...?, y Sean se rió, no, hombre, ¡cómo va a ser de oso si ahora ya no hay osos...!, pero después de lo de esta tarde te puedes imaginar que es de oso, ¿a que sí?, y así te sabe mejor, y yo lo pensé, mastiqué un poco y de verdad que me pareció de oso, aunque yo no hubiera comido nunca oso, pero, como decía Sean, después de lo de aquella tarde me podía creer cualquier cosa, y luego, cuando habíamos acabado y Sean estaba tomando un coñac, apareció mi padre con el tío Mary, que habían venido en el Testarrosa, y entonces sí que miró la gente, sobre todo por el ruido que hacía, y el tío Mary se empeñó en que le contáramos lo que había pasado y cómo había sido la cosa, y mientras tanto se bebió dos gin-tonics y mi padre me pasaba la mano por la cabeza y decía lo mismo que el guardia, muy bien, Pipo, muy bien, de forma que al final llegamos a casa tardísimo y mamá estaba despierta y esperándonos, y Patricia y Azucena también, y les tuvimos que contar la historia otra vez, aunque ayudados por el tío Mary, que lo contaba como si él hubiera estado allí, o casi si como el que se hubiera caído por el barranco hubiera sido él, y además no hacía más que mirar a Patricia, como siempre.