lunes, 20 de abril de 2015

El viaje del morisco, entrega 2




Todos los años (o cada dos años) acabo un libro nuevo. El anterior fue Charli en Wonderland, del que ya he puesto un par de trozos en estos blogs –como este...–, y del anterior, Ojos azules, que data de 2011, también he puesto por aquí alguna cosa (como esta o esta), pero luego he finalizado otro que lleva por título El viaje del morisco. Es un libro de 400 páginas en el que se cuenta una larga historia acerca de un tesoro (¿es una partida de pescado podrido, una chica o un tesoro de verdad...? ¿O se trata de abrir los caminos de Castilla a los nuevos transportes de aquellos tiempos de la mano de los Taxis, acaudalada familia judía que ostentaba el monopolio de los correos de la época?).
Sea como fuere, pongo hoy este trozo que se podría datar en la primavera del año 2041, pues es esta una historia que sucede durante dos épocas diferentes: la transición del siglo XVI al XVII y los años 40 del siglo que nos contiene.
Lo que sigue sucede durante un atardecer en un muelle industrial de Ucrania, seguramente a orillas del Ponto Euxino.
 
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Estoy en el puerto esperando a que vengan a buscarme, es un puerto industrial y sucio a orillas del mar Negro, con los zapatos trituro restos de carbón al caminar, carbón entre charcos, y observo que cierran las naves con estrépito de portones metálicos. He salido de un bar oscuro, la televisión vociferaba pero aún lo hacían más los parroquianos, ha acabado la semana y estos seres rubios y desaseados, gente joven que tiene dinero en el bolsillo y pocas ganas de volver a casa, se comunican en un idioma incomprensible, el de Ivana. Busco otro establecimiento, aunque tanto me da pues seguramente encontraré un lugar parecido, caras nuevas y a medio tiznar, miradas desencajadas por el temprano vodka, pero aquí cuentan sobre todo las carreras de motos, hay un chico de este país que es campeón del mundo y esta tarde compite en un lugar lejano, ¿es Malasia?, sí, o si no será Brasil o cualquier otro punto del vasto planeta, allí se enfrenta a sus rivales, la suerte será sólo para uno, pero poco importa porque la temporada es larga y la técnica hará justicia. ¿La técnica o las componendas? En todas partes cuecen habas, y los deportes no son tales sino amaños de las respectivas corporaciones de apuestas.

En el aeropuerto, más allá de las barreras que sólo franqueamos los pasajeros, se me ha acercado un policía y en un extraño inglés me ha dicho, venga conmigo, por favor. Le he seguido hasta una sala en la que esperaba un individuo con un grueso mostacho y vestido como yo, al que he entregado la abultada cartera que llevaba, y en seguida ha salido. Luego el policía me ha dicho, dentro de un momento le llevaremos a los muelles. Espere allí a que le llamen; verá que hay muchos bares abiertos, pues hoy es viernes..., y en la pausa que ha seguido he aprovechado para arrancarme el bigote. El policía sonríe...

Ya lo he encontrado. Parpadeantes letreros de neón de colores vivos lo denuncian, y en el interior hay chicas rubias y jóvenes detrás de la barra, se dirigen a ti como si te conocieran de toda la vida y en su incomprensible idioma te proponen el pacto del diablo, beer, please..., ьира..., y bebo rodeado por la muchedumbre, no es muy diferente este lugar de los que frecuenté hace una semana, cuando estos días pasados he estado en Londres, porque he estado allí. Hacía tiempo que no iba a esa ciudad y mi estancia ha sido corta, sólo un viaje de ida y vuelta o poco más, hay que amarrar los detalles y despistar a los mirones, varios enlaces que cogí por poco, el billete en el bolsillo y algún topo en el avión ucraniano, ¿quién será?, quizá esa señora o quizá ese que simula dormir, aquí no es difícil fiscalizar al pasaje porque las distancias son cortas, este no es un avión transoceánico lleno de orientales legañosos que llevan dos días de viaje, ¡ah, la Alhambra...!, dicen, ¡y esa Sevilla y ese Toledo...!, pero todo ha salido bien, al menos en apariencia, y en la capital de mi nación aproveché para pasear por lugares que conocí de joven, ahora iré a Portobello, ¿existirán aún las librerías que conocí antaño?, ¿y los pubs...?, algunos estaban allí, sí, y otros habían desaparecido, pero aquellos a los que entré habían sufrido reformas que los volvían irreconocibles, quince años son muchos y todo cambia de continuo, las mujeres envejecen..., ¿y los hombres?, en uno de aquellos lugares tuve un amigo cuando era joven y acababa de salir de la Academia, yo entonces iba con mi chica, él era el dueño de uno de los establecimientos y nos invitaba a las cervezas, no sé por qué, quizá se debiera a que Alison era guapa, rubia y sonriente y con los ojos azules, era jovencita y nos reímos mucho con sus cosas, estudiaba cocina internacional, la comida es lo más importante, ya, ya lo sé, ¿quieres trabajar aquí?, a lo mejor prosperaba si servía comidas en vez de bebidas, luego todo cambió y yo me fui de allí, a mi amigo no le volví a ver y ahora me han dicho que ha muerto, ¿se habrá muerto ella también?, no, estará cuidando niños en el campo y se habrá olvidado de mí como yo me olvidé de ella, la he recordado porque he estado en Londres..., y también hablé con Rebeca desde uno de aquellos muelles del Támesis, dame una semana más, le dije, haz lo que puedas, pero esta va ser la aventura de mi vida y no voy a dejarla pasar, cuando vuelva ya os contaré, y ella se va a portar, o eso creo.
Ahora estoy también en un muelle, un muelle oscuro, la noche cae y paseo por él, espero, y he bebido tanta cerveza que las facciones de Ivana surgen tras las inmóviles grúas y las nubes que van y vienen, ¿por qué las veo?, es misteriosa esta querencia de la mente pues lo mismo me sucedió en Londres, allí me sorprendí deseando volver..., y es que no tenemos arreglo. No importa que ella sea la mujer de tu amigo, anida en tu cabeza y surge donde menos te lo esperas, son muy traidoras las pasiones y te obligan a intentar burlar a quien quieres, aunque todos nos damos cuenta, unos hacemos como que no lo vemos, ¿no lo ves?, pues resulta evidente, y el resto mira hacia otro lado y escupe con sorna, me da igual, cada cual es cada cual, además, yo hago lo propio, todos lo hacemos, y quien esté libre de pecado..., pero en seguida me distraigo pues más allá de los barcos negros y humeantes emerge el creciente lunar, sucede durante el atardecer, el cielo está limpio y oscuro y el sol se ha ocultado, y tras las negras máquinas del puerto aparece esa línea curva de la que hablan las leyendas árabes, ¿son árabes?, creo que sí, en Arabia la pintan tras las palmeras de los oasis, luna tenue y recortada y precursora de la noche profunda que persigue al sol...
Al fin zumba el teléfono que tengo en el bolsillo y respondo cuatro palabras. En seguida llegarán aquellos a quienes aguardo, y entre ellos espero hallar alguna cara conocida.