viernes, 21 de julio de 2017

La novela histórica (3): primeras civilizaciones


Época segunda: de las primeras civilizaciones a la caída del Imperio Romano.



Esta época ha sido una de las preferidas por los escritores del género al que aludimos, sin duda porque de aquellos tiempos nos han llegado multitud de documentos. Geógrafos como Estrabón o Plinio el viejo; historiadores como Tito Livio, Suetonio o Apiano; filósofos como Platón, Séneca o Virgilio... Todos nos han hablado de su tiempo, en algunos casos con multitud de detalles de la vida cotidiana de tales entonces, y los autores modernos dedicados a glosar aquellos tiempos han encontrado la mitad del trabajo hecho, pues no sólo se han apoyado en obras que nos llegan directamente desde dos o tres mil años atrás, sino también –y esto es de justicia decirlo– en libros de historiadores modernos, como Carcopino. Esto (lo de inspirarse unos en otros), ha sucedido siempre, pues tanto Estrabón como Plinio el viejo –por poner un ejemplo–, al hablar de Iberia (o Hispania) se basaron en testimonios de personas ajenas, puesto que ellos nunca estuvieron en la península.
Libros de estas épocas hay muchísimos, y por citar unos cuantos nombraremos algunos de los más famosos, tales como Sinuhé el egipcio (Mika Waltari); Quo Vadis? (Sienkiewicz); Ben-Hur (Lewis Wallace); Yo, Claudio (Robert Graves); Memorias de Adriano (Marguerite Yourcenar); Los últimos días de Pompeya (Edward G. Bulwer Lytton); El asirio (Nicholas Guild) y Salambó (Gustave Flaubert, 1862).

Narraciones históricas de Camargo Rain
Para no ser menos, también Camargo Rain (servidor) ha dedicado cierta parte de sus escritos a aquellas épocas, y de esta forma hay episodios de Ojos azules que tratan de ellas, tales como Guerreros entrando en una ciudad (los sumerios), Tirios hacia la Puerta de Melkart (fenicios), Romanos en la urbe (romanos), o Bárbaros atravesando una cordillera (aventura protagonizada por un suevo que encontró a una chica en un bosque), y asimismo en otro libro, Chica encuentra chico, en el que se puede leer una historia del tiempo de los hispano-romanos ambientada en el siglo IV y en la cuenca del Duero que se llama El río. (Este libro [Chica encuentra chico] existe, pero aún no está publicado.)

A continuación coloco un trozo de este libro, Ojos azules, para que lea el que le guste hacerlo:

CINCO MIL AÑOS ATRÁS
GUERREROS ENTRANDO EN UNA CIUDAD
LA SUBIDA A LA MONTAÑA

Los tambores atruenan los oídos de quienes nos encontramos formados en la llanura. Atrás queda el gran campamento que nos ha albergado durante los últimos meses, multitud de lienzos que transportamos por el desierto lejos de las tierras feraces y las riberas bañadas por las aguas de nuestro ancho y amado río, ingratos lugares a los que no volveremos tras la incontestable victoria. Ante nosotros, iluminadas por la luz de la mañana, se alzan las poderosas murallas de la gran ciudad a la que pertenecemos, que se libró del asalto y el pillaje merced a nuestra sangre y esfuerzos.
Desde el amanecer permanecemos ordenados en largas filas que se extienden hasta donde alcanza la vista. Los capitanes vocean las órdenes con dificultad ya que somos muchos los hombres que ansiamos sobrepasar las puertas, y los cuernos emiten sus roncos quejidos llamando a la población al acontecimiento. Nosotros hemos ocupado los puestos que nos corresponden, pero antes nos han distribuido dobles raciones porque la jornada va a ser larga. ¡Qué lejos de las privaciones pasadas en el campo de batalla!, donde los cupos eran escasos y la miseria de la tierra quemada nos obligaba a pelear para alcanzar algunas migajas, pero aquello pasó, y con la victoria se han abierto las puertas de los almacenes y graneros de la ciudad, de los que nos han servido en abundancia.
Los extranjeros que vinieron de oriente son los enemigos cuya capital es Umma, enorme y cochambrosa ciudad que no disfruta de las ventajas de la cercanía de los ríos y sus rimeros de frondosas huertas; lo sé bien, yo, que estuve en ella y por sus calles corrí tras los habitantes enarbolando la aguda espada de bronce. En sus planes entraba el privarnos del agua y esclavizarnos, y por eso levantaron un nutrido ejército que intentó llegar hasta nuestras tierras, pero ahora nos pagarán tributo, pues la fuerza que les opusimos se reveló superior a la suya. Todos cayeron ante nuestro empuje. Primero fueron los pastores de las vegas; más tarde las desorganizadas huestes que guardaban la ciudad, y al fin sus habitantes, muchos de los cuales no verán amanecer otra vez. Corrió la sangre en abundancia y las mujeres y los niños llevaron la peor parte, como sucede siempre que el dios de la guerra revive hazañas pasadas..., pero no es el momento de pensar en ello, pues aquellos días quedaron atrás y su memoria será pronto cubierta por el polvo del desierto.
Ahora ya decrecen los gritos y únicamente quedan los cadenciosos golpes en los parches de los tambores. Los murmullos recorren las filas, y las nubes de polvo que vemos al frente nos indican que el ejército se ha puesto en marcha y las vanguardias se aproximan a la más fuerte y guarnecida de las puertas de la muralla, en cuyas inmediaciones nos aguarda el pueblo apiñado y vociferante...


Lugalbanda, hijo de Enmerkar, biznieto del dios sol que le salvó la vida; rey de Uruk y sus llanuras canalizadas y ahora también de Umma y Kutallu y las turbulentas bandas de pastores que habitan las tierras intermedias y no pudieron con nosotros. Lugalbanda, rey sacerdote de Uruk, la ciudad que fundaron los dioses en el principio de los tiempos, puso en pie un ejército para restaurar el omnímodo poder que algunos le discutían, y poniéndose a su frente recorrió la ancha tierra hacia el norte hasta alcanzar el lugar de los conflictos y las matanzas. A él debemos acatamiento, y a sus propósitos, que a todos convienen.
Nuestro objetivo es la mastaba que en el extremo opuesto de la ciudad se yergue, altísima construcción escalonada desde cuya cúspide los poderosos se relacionan con los dioses. Hasta la cumbre arrastraremos los carros del rey y su séquito ayudados por los asnos y los látigos de que disponemos. Somos atroces como ejército triunfador, y estamos embebidos en la soberbia de la victoria, que no fue fácil sino áspera e inclemente, aunque al fin los que todo lo pueden se dignaran derramar fortuna sobre los elegidos. Nuestro designio es la cima de la mastaba, a la que conduciremos el carro del rey y las hileras de guerreros cautivados, que ascenderán derramando sudor por la inclinada rampa, ahora esclavos y antes individuos libres en los campos, que se aventuraron a cambiar su plácida vida engañados por reyes y llevados a ello por la codicia.
Ya suenan urgentes los clamores de la victoria, y precedidos del enorme y albino onagro, rey de su manada, al son del tambor emprendemos la marcha triunfal que nos llevará hasta la más alta de las terrazas del zigurat. ¡Allá vamos!, pueblo de Uruk que nos admiras y agradeces lo que por ti hicimos; pueblo de Uruk, que ocasión tendrás en breve de reintegrárnoslo.


Ante nosotros se alza la puerta poderosa y abierta, y las gentes vitorean al ejército que penetra en la ciudad a la que libró del saqueo. Las columnas de hombres sudorosos patean el suelo siguiendo la cadencia que cantan los tambores, y el polvo se levanta y nos ciega. Más allá de la nube adivino caras jubilosas, expresiones histéricas, presencias que surgen y desaparecen y cuerpos que caen al suelo y son arrollados por la chiquillería que sin cesar se desplaza en busca de los mejores avistaderos... Sobre nuestras cabezas llueven briznas de paja que nos arroja la multitud enfervorizada, y aquí y allá observo el continuo circular de secos pétalos de flores que algunos personajes portan en enormes cestos y quedan prendidos en nuestras guedejas y corazas de cuero. La polvareda y el griterío nos envuelven, pero nosotros no cejamos en nuestro rítmico caminar tras el onagro albino, portador de las enseñas, que precede a cada regimiento. Las primeras callejas, ahora que hemos sobrepasado las formidables murallas, se muestran a derecha e izquierda, y por ellas afluye sin cesar una muchedumbre que parece no tener fin. Los tejados están repletos de personajes vociferantes, y el ruido de nuestros pasos resuena en la calle de paredes de barro ocultando casi el sonido de los tambores que ya doblaron la más cercana esquina. Apenas hay sitio para que las tropas transiten, y varias personas son apartadas a empellones por quienes nos preceden, sudorosos soldados que con el torso desnudo, a duras penas y provistos de látigos contienen a las gentes y azuzan a los animales que abren la marcha. [...]


Aquí dejo los enlaces a Ojos azules, por si alguien siente curiosidad:
Ojos azules en versión Kindle =
Ojos azules en papel =
Blog en el que se habla de Ojos azules:

En entregas posteriores (en este y otros blogs) seguiré hablando de estos asuntos, y mientras tanto podéis mirar aquí:

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